Primavera otoño 2019 (Año LXII Núms. 120-121)

horizontes@pucpr.edu Año LXII Núm. 120-121 horizontes PRIMAVERA/OTOÑO 2019 PUCPR 43 Hemos extraviado, por ejemplo, la que pudo haber sido la primera antología de verso y prosa puertorriqueña, reunida en el siglo XVIII por Buenaventura Ferrer y Feruz, guardia de corps habanero residente en Puerto Rico. El texto supuestamente se halla en Madrid, pero no ha podido ser localizado. Otro tanto la poesía de José Guillermo Torres (1863-1930), que al día de hoy se encuentra dispersa en revistas y periódicos de la época, por lo que no podemos hacernos una idea clara de su legado literario. También permanece inédita una zarzuela, La génesis de un gran sol , con letra de Virgilio Dávila (1869-1943) y música de Braulio Dueño. Y, por entonar un último lamento, evoco la pérdida de un poemario entero de José P.H. Hernández. El poeta modernista español Francisco de Villaespesa se llevó a España la única copia mecanografiada del libro, para prologarlo y propiciar su publicación. "El texto de ha extraviado", apunta el autor con una desolación inconfesa que comparto de cerca. Más sorpresas: gracias a la antología del segundo volumen celebro haber accedido a la poderosa poesía de Manuel Zeno Gandía, un escritor que solemos asociar con novelas que hoy son clásicas, como La charca y Redentores . Me sorprendió ver cómo el galeno, educado entre París y Barcelona e hijo del naturalismo de Émile Zola, describe en su extraño poema "Compré un cadáver" la autopsia que le practica al cuerpo de una infortunada joven de escasos recursos. El estudiante ha comprado el cadáver que necesitaba para doctorarse en medicina, y nos da cuenta de cómo busca inútilmente en el cuerpo de una joven, muerta de neumonía doble, los secretos del amor y de la vida. La disección se trueca en una poderosa reflexión existencial. Según el estudiante va disectando el cuerpo con su frío escalpelo de médico, va midiendo su desconsuelo religioso: extrae a la joven el corazón frío e inmóvil, pero no encuentra allí escondido el amor que tanto buscaba. Mucho menos el alma: "...ver su alma quise... / Corto, diseco, le parto en dos, / y en los cubículos que le forman, / encontré coágulos, que alma no" (II, p. 197). No es de extrañar que el poeta, que no rehúye los temas macabros, poetice también en su desgarrador poema "Alma en pena" el estado incierto de las almas que aún rondan el éter sin destino final. Frente al inquietante naturalismo de Zeno Gandía, me sorprendió la refinada delicadeza de la poesía orientalista de José de Jesús Domínguez. Son maneras alternas de buscar a Dios y de interrogar a la vida por su sentido último, no cabe duda. En "Las huríes blancas" Domínguez explora la unión simbólica del alma --representada en Osmalín- - con la belleza perfecta, y con símiles parnasianos pinta un cuadro incitante de sensualidad oriental extraordinariamente persuasivo. Como nos recuerda Báez Fumero, Domínguez fue un pionero del temprano Modernismo puertorriqueño, ya que publica su hermoso poema orientalizante dos años antes que viera la luz el Azul del poeta fundacional Rubén Darío. Por cierto, que asocio el orientalismo de Domínguez con el de una escritora y arabista puertorriqueña relativamente desconocida: Carmela Eulate Sanjurjo (1871-1961). Fue autora de delicadas novelas históricas, pero acaso lo más sorprendente de su obra es que tradujo del árabe los antiguos poetas de Al-Ándalus. Sus Cantigas de amor ven la luz en 1920, y más adelante reciben un prólogo del insigne arabista español Francisco Marcos Marín. Pese a estudios recientes como los de Ángel Aguirre, apenas tenemos noticia de esta arabista puertorriqueña, pionera en el orientalismo literario y aun en los estudios semíticos en Puerto Rico. Admito que repasar a nuestro clásico José Gautier Benítez siempre es una aventura: de niña sabía de corrido el poema "A mis amigos" --"Cuando no reste ya ni un solo grano / de mi existencia en el reloj de arena..."--. Pero ahora es que me entero que el famoso vate era capaz de escribir poemas espectrales como "La barca". Allí vemos cómo el protagonista poético entra en una barquilla sin rumbo, más traicionera que la de Caronte, que va conducida por un blanco fantasma: "Al fin me resuelvo. "¿Quién eres?", pregunto. / Con voz cavernosa, responde el espectro: / "Yo soy el eterno patrón de las barcas / que al río se lanzan en busca de puerto" (II, p. 102).

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