Primavera otoño 2019 (Año LXII Núms. 120-121)
horizontes@pucpr.edu Año LXII Núm. 120-121 horizontes PRIMAVERA/OTOÑO 2019 PUCPR 44 El motivo de la barca, símbolo inmemorial en nuestras letras (recordemos la "nave al garete" de Antonio S. Pedreira) lo había anticipado Santiago Vidarte, autor de aquellos inolvidables versos románticos del desterrado nostálgico que también supe de memoria un día. Me refiero a "Insomnio": "Boguemos, boguemos, al son de los remos...". Pero el navío de Vidarte no es el bateau ivre lúdico de Rimbaud: en su plegaria "Ante una cruz", incluida en el pionero Álbum puertorriqueño de 1844, el poeta admite acongojado los peligros de su travesía vital: “¡ay, Señor, que mi batel se estrella!". Imposible que fuera de otro modo: Vidarte muere de tuberculosis a los 21 años, mientras estudiaba en Barcelona. Sólo cabe pensar los versos que nos hubiera regalado su pluma de haber vivido un poco más... Y he aquí que gracias a la generosa antología de Báez Fumero, sigo descubriendo los extremos de tristeza al que llegan otros poetas. Mi dilecto José P.H. Hernández, autor del madrigal más hermoso de nuestras letras, que incluso supera en belleza los de su mentor renacentista Gutierre de Cetina ("Si Dios un día cegara / toda fuente de luz..."). Pero Peache no era, ante todo --ahora lo sé-- un poeta galano, sino trágico. Incluso, macabro. Sus Cristos sangran estrellas, como el propio poeta, tuberculoso como Vidarte: Rojo hilo, rojo hilo, ¿por qué haces que humedezcan mis pupilas, cuando brotas riendo entre mi tos seca? ¡Ay, no vuelvas a avisarme que detrás de mí está Ella: déjala que me acaricie y luego a traición me hiera! Rojo hilo, rojo hilo, ¡dile que ahora no venga! ¡Tengo tanto que dejar abandonado en la tierra!" (II, p. 336). Admito que también, y para mi sorpresa, he descubierto inesperados poetas alegres. El primero, ya lo conocía: José de Jesús Estévez, por lo que confieso que me ha intrigado ver incluida su "Sinfonía helénica", de sobretonos triunfantes y afirmativos, en una antología de poemas religiosos. Lo digo porque, a despecho del tenue simbolismo del amor cósmico del que hace gala el poema, los jubilosos versos fueron usados para galantear damas. Tengo el dato por mi madre. Cuando estudiaba leyes en Río Piedras solía escuchar a un galán llevar serenatas a sus enamoradas. Era el entonces muy joven estudiante Luis Negrón Fernández, futuro Presidente de la Corte Suprema, y lo que declamaba a voz en cuello en los intervalos de la música era precisamente la "Sinfonía helénica": ¿El amor? ...Lo que sonríe; / lo que canta; lo que sueña, / lo que tiene para el alma una caricia / que el yermo del dolor emprimavera/ Lo que pone en cada mente un par de alas / y una pátina de sol en cada idea.../ El objeto de la vida; / la razón de la existencia [...] ¡Infelices los que nunca hayan colgado / una escala de canciones del balcón de una Julieta, / ni prendido a los armiños conventuales / el clavel de una aventura donjuanesca!.../ ¡Que la vida sin amores no es la vida! / ¡que el amor es el encanto de la tierra!" (II, p. 293). Ya me dirán Uds. si estos versos no son adecuados para despertar el amor de una joven... Me llevé otra sorpresa cuando conocí más de cerca al poeta toalteño Virgilio Dávila, autor de Aromas del terruño y de Pueblito de antes , cuyos versos melancólicos de la "Elegía de Reyes" leía siempre mi padre a viva voz por Navidad con su voz aterciopelada "¿A qué salir al sendero / si ya no piafan los potros? / ¿Si ahora, es igual que los otros / el que fue nuestro gran día? / ¡Ay, Madre melancolía! / ¡Que ya no somos nosotros!" (I, p. 265). Pero he aquí que gracias a la antología que nos ocupa, he sabido que Virgilio Dávila reclama ser un poeta feliz pese a los famosos versos melancólicos que acabo de citar. De la mano de Amado Nervo, quien declara "Y no estéis tristes nunca / que es pecado estar triste", Dávila entiende que la alegría de vivir es un don divino. Por eso nos conmina en "La canción de la vida": "Destierra del alma tu melancolía. / Penetra en mi choza. Yo soy la Alegría. / Yo soy el poeta que nunca lloró" (I, p. 259). Me llama poderosamente la atención el rotundo aserto del poeta, pues conozco muy pocos poetas felices en lengua española. El más rotundo, Jorge Guillén, miembro de la
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