Razones para la esperanza: solidaridad, subsidiariedad y bien común

37 razones para la esperanza: solidaridad, subsidiariedad y bien común autopercepción que tenemos de nosotros mismos, de nuestro êthos, puede ajustarse a la verdad de lo que somos, a los dones que tenemos, a las capacidades de nuestras facultades o por el contrario ser ésta producto de una imaginación hinchada o deformada por nuestras ambiciones y mezquinos deseos. La soberbia es el producto de esto último, creernos más de lo que realmente somos y como consecuencia exigirle a la vida y a los otros, un reconocimiento de esos ilusorios talentos. Más que autopercepción es un patético autoengaño. Corrientemente lo que sigue a esta ilusión moral es una apetencia, y hasta exigencia, de posiciones de gran poder, honores y protagonismo excesivo, desconociendo que los honores y los reconocimientos verdaderos nunca se reclaman y que al hacerlo se da muestra de una falta de dignidad que produce vergüenza ajena en vez de aprobación externa. La indignidad y la ridiculez, en este caso, se hermanan y, para peor, como hermanas gemelas. La soberbia es una muestra transparente de imprudencia social o de insensatez, es una discalculia moral que hace estrellarse al individuo con el medio social. Aunque no falta gente disminuida que da crédito al atrevimiento avasallador del soberbio y aúpa sus pretensiones provocando muchas veces la entronización de alucinados en posiciones de poder que se transforman en centros de peligro inusitado para las naciones, y a veces, para el mundo. Basta ver los discursos pronunciados por Hitler para darse cuenta que era un alucinado que vendía al pueblo su desmesura como genialidad. Faltan dedos de las manos para contar el número de dictadores que han poblado el mundo, en el siglo pasado, con el mismo mal, y que lo pueblan lamentablemente en el presente. Y no sólo en las dictaduras, también en las democracias más avanzadas llegan al poder demagogos desescolarizados (y también educados) e incompetentes con fiebre de poder. Si la teología nos sirviera de ilustración no estaría mal celebrar su acierto al decir que el demonio se creyó igual a Dios y ya sabemos las consecuencias que nos cuenta este relato religioso.

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