Razones para la esperanza: solidaridad, subsidiariedad y bien común

47 razones para la esperanza: solidaridad, subsidiariedad y bien común y las violaban los hombres y las tiraban por otro lugar. Y un día vino una llorando porque la habían arrastrado por la calle. Cuando intentaba bajarse del carro la arrastraron por toda la Calle Comercio. Tenía toda su piel pelada. Viene y se sienta conmigo llorando. “Yo no quiero seguir aquí,” me dijo. Yo le dije: ¿“Por qué lo haces? Tú no tienes que seguir así”. Y me dice que no sabe, que lo que tenía que ser era prostituta para pagar este vicio que tenía. Ahí me di cuenta que no eran prostitutas. Eran mujeres que se sentían humilladas y tenían que hacer el rol de prostituta para poder mantener su vicio. Habían perdido a sus hijos, habían perdido a sus familias. Aquellos que se estaban haciendo ricos con ellas eran, lo más probable, los que vivían en el Cerro las Mesas; que no bebían ni Coca Cola, porque tenía cafeína. Que ya la esclavitud había cambiado. Que la esclavitud de los tiempos de antes eran cadenas que los amarraban. Y que, ahora, ya éramos tan modernos que ya la esclavitud es la química. Hacíamos esclavos de aquellas mujeres en la calle. Y así estuve pensando muchos años. En el 1972, visité la India y vi morir a mucha gente de hambre. Pero el sufrimiento moral que yo había visto en mi patria nunca lo había reconocido. Yo me los llevaba a la cama en mi mente, no dormía al ver el sufrimiento de esta gente en las calles. De ahí surgió que, al ver a los niños, hijos de estas personas, abrí el Hogar de Niños de Estancia Corazón. Luego de eso, cuando vimos que el gobierno nos decía: “Sí, te vamos a dar dinero, pero tienes que darme “esto”, a cambio, abrimos el hogar para pacientes de SIDA en etapa terminal. Ahí los recibíamos para que tuvieran un lugar digno donde morir. Pero, cuando yo quería hacerlo como empleado del gobierno, después de la clínica de inmunología, porque los hospitales no los querían recibir, muchas veces les llegaban a los hospitales y les agarraban tirando el suero dentro de la ambulancia y les decían: “Llévatelos; pónselos en otro lugar, pero en esta sala de emergencia no entran”. Nosotros nos los llevábamos a la clínica, pero la clínica había que cerrarla a las cuatro de la tarde. ¿Qué hacíamos con ellos? El edificio estaba abandonado y en la parte de arriba había un piso que hacía 22 años que no se usaba. Estaba lleno de gatos y palomas muertas. Limpiamos el piso. Ahí estábamos, de rodillas, limpiando el piso con esponjitas de brillo. Muchas personas me decían: “¿Por qué tú haces esto si eso le toca al gobierno?” Y yo les decía que no, me tocaba a mí como humano: “Ese es mi hermano. Y yo tengo que limpiar este piso

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=