Razones para la esperanza: solidaridad, subsidiariedad y bien común

46 actas del segundo congreso católicos y vida pública decir; después, para que no haga daño al turismo; saben lo que no pueden decir. Ahí fue cuando dije: “yo no puedo ser partícipe de esto”. Y ahí decidí quitar la clínica de VIH SIDA. Y dije: “Cuando yo pueda utilizar algo para ayudarlos, entonces se vuelve a abre”. Lo que hice fue que, de cada departamento de la unidad pública, saqué a alguien y creamos la primera clínica de inmunología. Ahí empezaron los ataques. Hicieron desfiles acusándonos de que estábamos llevando a los pacientes de SIDA, a los homosexuales, los adictos, a todas estas personas, al centro (¿o Centro?) de Mayagüez. Me tuve que mudar a una sala de emergencia abandonada, en la parte de atrás del Centro Médico. Allí hasta tiros nos pegaron por las ventanas, porque estábamos llevando a toda esta gente. Y un día vino un grupo y me dice: “Doctor, yo es que no entiendo la vida de esta gente; yo no entiendo cómo ellos pueden vivir así”. Y les respondí: “Ven, vamos a caminar con ellos”. “La única forma que tenemos para poder saber qué es lo que les pasa, es haciendo lo mismo que hizo Jesús: caminó con nosotros”. “Vamos a caminar con ellos; vamos a averiguar y nos vamos para la Calle Comercio”. A la Calle Comercio de Mayagüez le dicen la 42 Street, porque es la calle de toda la orilla del mar, donde en cualquier momento determinado, anteriormente, había alrededor de 27 mujeres “haciendo las calles”. Tú podías contar, a las once de la noche, las 27 personas, entre mujeres y travestis. Nos pusimos a trabajar con ellos simplemente. Nosotros nos metimos en su terreno y no podíamos decirles a ellos: “Ustedes están mal”. Abrimos una mesita, trajimos café, sandwichitos de mezcla y, a jugar dómino. De esta forma ellos se acercaban. Y empezamos a ofrecerles un cafecito. Sin emitir juicios, solamente acompañándolos. Vamos a mojarnos los pies con ellos, como se los mojó Cristo con nosotros. Vamos a empezar a ver aquel ejemplo. Yo no tenía un libro que dijera lo que era la Subsidiariedad, ni lo que era la Solidaridad. Pero tampoco podía esperar a que el gobierno hiciera nada porque ya había visto cómo, a veces, estas ayudas, estas asistencias que dan las organizaciones superiores, muchas veces, se convierten en instrumentos de dominio: “Yo te doy pero, después, tú me tienes que dar; y yo controlo todo lo que tú tienes”. No viene de ellos. Yo tenía que escucharlos a ellos decir: “Qué necesitas, qué necesitas para caminar”. Recuerdo, como hoy. Había unas muchachas en las calles. La gente de sociedad pasaba por la calle, y abría las puertas de sus carros para golpearlas y que se cayera al piso. Cuando no era eso, se las llevaban

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=