Actas del III Congreso Internacional de Mística

29 EscuchandoasanJuandelaCruzcantardesdelacimavertiginosadelÉxtasismÍstico Nuestro lecho florido de cuevas de leones enlazado en púrpura tendido de paz edificado de mil escudos de oro coronado. San Juan no osa describir el rostro de Dios, sino que se limita a sugerir su estupefacción ante el encuentro ultraterrenal con Su Esencia infinita en movimiento perpetuo. El conjunto de liras, con su extraña ausencia de verbo y su anhelante torrente de imágenes visionarias inconexas7, produce el efecto de una mantra o conjuro: el poeta sabe que Dios no entra al alma por vía de la razón, y pone sordina a nuestras facultades racionales, que no pueden dar cuenta de Él. Los versos están dotados de un compás rítmico regulado, pues este poeta, cuyas palabras, según el testimonio de sus contemporáneos, salían “centelleando”, trabaja aquí sus liras a manera de ensalmo. Sabemos que las palabras opacas pero cadenciosas de un sortilegio logran adormecer la inteligencia crítica consciente para que pueda operar libremente la intuición. El conjunto de estos versos hilados produce pues el efecto de una melodía o de una mantra. Dios no entra al alma, lo sabemos, por la vía racional, por lo que la razón no puede dar cuenta de la unión con Él. De ahí que el espacio sagrado que constituye esta fuente simbólica, sede de la unión transformante del alma en Dios, es intuido por el poeta como ritmo sagrado de dinamismo incesante. Este ritmo en oscilación regulada, como las ondas de la fuente, sugiere los cambios transformantes que el alma atraviesa en el seno de Dios. La protagonista, que buscó a su Amado en los paisajes exteriores —montes, valles, riberas, prados de verduras— descubre en este instante en cúspide que Él incorpora en su Esencia infinita esos espacios, ahora devenidos ultramundanos, donde su buscadora lo intentaba encontrar en vano. La angustiosa pregunta del “¿adónde?” inicial se nos vuelve a contestar una vez más con esta miríada de imágenes en gloriosa sucesión caleidoscópica. El Amado no tiene rostro —no lo reflejó en la fuente— y la Amada lo celebra en términos metafóricos de un fluir vertiginoso de espacios y de tiempos: montañas, 7 Sobre el enigma de estas liras sin verbo y sin concatenación lógica, cf. Bousoño 1970 y López-Baralt 1998/2018. e chando a s ju n de la c uz cantar desde la cima...

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