Actas del III Congreso Internacional de Mística

28 actas del ii congreso internacional de literatura mística El simbólico espejo de la alfaguara, sede de la gnosis mística, le ha devuelto a la protagonista poética una identidad trascendida, ya que intentaba contemplar en él a Dios y termina contemplándose a sí misma en Dios. Por eso ha quedado una sola mirada transformante flotando encendida sobre las aguas. Esta unificación mística suprema se logra porque la visión (la mirada de un sujeto hacia un objeto exterior) ha devenido autovisión, como dejó dicho Michael Sells en otro contexto (Sells 1988:121 y 131). Desaparecen el invocante y el invocado: se tornan Uno cuando la Divinidad se revela a Sí misma en el corazón del místico. La Esposa, ahora que está bendecida con el prodigio de la autovisión, pasa a celebrar un misterio espiritual esencialmente dinámico: su conversión misma en Dios. “Atestigua” las grandezas de su Amado inasible, pero no las puede comunicar racionalmente, pues, como dejó dicho san Agustín, Si comprehendis, non est Deus. Está viviendo, ya se sabe, un trance sobrenatural que la sobrepasa del todo. San Juan no osará articularlo en palabras precisas, pero con el ritmo incantatorio con el que trenza sus palabras llameantes va sugiriendo algo, y aun mucho, del dinamismo del éxtasis que le ha sobrevenido. La miríada interminable de imágenes caleidoscópicas en movimiento incesante apuntan a su experiencia mística, fluctuante e inagotable, como las ondas reguladas de la fuente que la simboliza. En ese sagrado allí el alma queda convertida en el espejo infinito de la Esencia Divina. Es la manera desbordada que tiene el poeta de comunicar el evento de la revelación perpetua de Dios en el hondón de su ser: Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos; la noche sosegada en par de los levantes del aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora.

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