Actas del III Congreso Internacional de Mística

31 EscuchandoasanJuandelaCruzcantardesdelacimavertiginosadelÉxtasismÍstico El que experimenta esta vivencia, en efecto, sabe de inmediato que ha apurado tan solo un sorbo de la Esencia de Dios. No hay pues por qué atarse a ninguno de estos estados o manifestaciones, ni siquiera a las más altas, porque solo Dios las puede terminar de conocer de veras e infinitamente, como nos acaba de advertir san Juan. Acaso por esto el poeta derrochó su vehemente surtidor de visiones con tanta alegría indeterminada: Dios es los espacios, los tiempos, la música, la soledad sonora, y no es solo una de esas cosas, sino todas y aún infinitas más, porque de la febril celebración enumerativa parecería desprenderse que el júbilo de la recepción de estos atributos nunca acaba. Dios es un torbellino de luz y de alegría. Estamos pues ante un proceso de movimiento perpetuo, en el que Dios Se revela al alma en una danza embriagada de epifanías simultáneas. El poeta, ya lo dije, volatiliza en dislates poéticos el rostro de Dios, inimaginable pero experimentado por él más allá de toda certeza. Y, sin duda, de manera inacabablemente vertiginosa. San Juan reitera su lección en torno a la suprema actividad del seno de Dios en sus comentarios al poema la “Llama”, donde explora una vez más la cima rarificada del éxtasis. Allí explica que “todos los movimientos de tal alma son divinos; y aunque son suyos [de Dios], de ella lo son porque los hace Dios en ella con ella, que da su voluntad y consentimiento” (LB 1, 9, 64). Advirtamos que el alma se pliega gozosamente a la recepción de las epifanías o secretos divinos y se va transformando dúctil, amorosamente en ellos. Es como si dijéramos la más alta oración posible: Hágase en mí según Tu palabra. San Juan insiste en que tanto Dios como el alma se mueven al unísono y participan ambos, por lo tanto, de la dinámica inefable de la unión, que metaforiza con el movimiento crepitante de las llamas: “los movimientos de estas llamas divinas, que son los vibramientos y llamaradas que habemos arriba dicho, no las hace sola el alma transformada en las llamas del Espíritu Santo, no las hace solo él, sino él y el alma juntos” (LB 3, 10, 74). El alma en Dios es danza. También podríamos decir de la mano felicísima de san Juan que es fiesta, pues el poeta celebra que “estos movimientos de Dios y el alma juntos [...] son [...] juegos y fiestas alegres” (LB 3, 10, 76). El poeta ha retratado vívidamente el júbilo intrínseco de la unión mística inacabable. Siempre he considerado que san Juan de la Cruz es el poeta más feliz de la literatura española. Solo e chando a s ju n de la c uz cantar desde la cima...

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