Actas del III Congreso Internacional de Mística

32 actas del ii congreso internacional de literatura mística de una pluma así de regocijada y de nupcial puede surgir una celebración mística tan exultante. De ahí que, como las llamaradas crepitantes, las ondas de la fuente autónoma del “Cántico” fluctúen según atestiguan los atributos incesantes de Dios. Oscilan de estado en estado, de epifanía en epifanía, y las reflejan todas. Gracias a esta ductilidad es que el alma en éxtasis puede refractar, como diamante fulgurante, la manifestación simultánea de los atributos interminables de la Divinidad: estamos ante la morada altísima del corazón extático que es receptivo de cualquier forma o epifanía divina. El alma se une a Dios en cada una de las moradas o noticias que recibe de Su magnanimidad, pero no queda constreñida a ninguna. Según atestiguan las epifanías divinas, el alma va metamorfoseándose con ellas, adaptándose dúctilmente a sus vertiginosas noticias sobrenaturales de manera que pueda recibir la sabiduría sin límites que el Uno irradia de continuo en el hondón del ser. El conocimiento intelectual ha quedado atrás para dar paso al fin a la más alta sabiduría, que Michael Sells llama “el acto de conocer en continua transformación” (a continually transformative knowledge (Sells 1992:91). Cuando nos transformamos en Dios es que experimentamos esta percepción inacabable y a-temporal que resulta continuamente transfigurante. Solo con un simbólico corazón dilatado podemos aprehender simultáneamente las grandes verdades reveladas que la Divinidad nos otorga en la morada sublime de la unión. San Juan experimenta pues su unión teopática como una danza revelatoria de amor y de luz, de eclosiones divinas innombrables, siempre únicas y siempre renovadas a cada instante. Se me debe perdonar si pareciera que hablo de un proceso revelatorio de instantes consecutivos en el tiempo: es que resulta imposible hablar de una vividura que trascendió el discurrir de las horas, pues el lenguaje sucesivo no puede contenerla. Pero lo que sí es cierto es que esta danza circular perpetua de imágenes inconexas sobre la superficie de la fuente plateada sanjuanística remeda el prodigio de un tiempo que ha cesado, la gloria de un conocimiento infinito e instantáneo experimentado in divinis. La rápida sucesión de las epifanías de Dios en este azogue caleidoscópico del alma profunda es, claro está, solo aparente, ya que en Dios, a salvo del tiempo y del espacio, es manifestación simultánea. Como asegura san Juan, Dios es de suyo inamovible pese a ese

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