Actas del III Congreso Internacional de Mística

80 actas del ii congreso internacional de literatura mística Muñoz, santa Rosa de Lima, sor Jerónima del Espíritu Santo, Madre Castillo, Jorge Luis Borges, Ernesto Cardenal y Luce López-Baralt). En su libro Aspectos inusuales de lo sagrado, Francisco García Bazán advierte sobre el devenir tortuoso de la voz «mística/o» allende su categoría nominal o adjetival cuando remite al fenómeno y a la literatura que designa o describe (79). En efecto, el vocablo se perfila, al cabo, tan difícil de penetrar de manera unívoca que amerita una detenida reflexión, puesto que hoy se admiten con apacible naturalidad algunas locuciones como la «mística de la patria» o la «mística de la libertad» con la intención de pulsar las fibras más sensibles de la identidad nacional. Igual ocurre con otras al estilo de la «mística del estado», «mística de la raza», «mística del superhombre». Todavía más, el término debuta en expresiones del lenguaje publicitario y no sorprende leerlo en el periódico por obra del cronista deportivo a fin de abordar la «mística del deporte» (79). Siguiendo este hilo de ideas, se podría tratar aquí, incluso, de la «mística del iii Congreso de Mística» que nos ha convocado. Lo cierto es que la palabra ha perdido «los filos más característicos de su significación etimológica a fuerza de rodar por contextos y usos notablemente disímiles y hasta contrarios» (Báez Rivera, Jorge Luis Borges, 29). No repetiré aquí mi periplo angustioso por diccionarios académicos en busca de una definición, si no justa, por lo menos razonable, que he documentado en la primera parte de mi libro sobre la dimensión mística de Jorge Luis Borges (2017, 29-38). Me ceñiré solo al artículo «mística y misticismo» que aparece en el Diccionario de teología, de Louis Bouyer, quien entra en la cuestión, a mi entender, con pie derecho cuando admite: «La palabra mística designa habitualmente hoy día toda experiencia, verdadera o supuesta, de Dios que se une a nosotros directamente. Misticismo, en general, se toma en un sentido más amplio y designa todo lo referente a la mística así entendida» (453). El prestigioso teólogo católico, converso del luteranismo, acoge por igual, la homogeneidad de toda experiencia religiosa allende lo sensible y lo especulativo-intelectual, a causa de la unicidad de «la estructura del alma humana» (455), y entonces concluye: Así comprendida, se ve que la mística cristiana, como tan firmemente establece la obra de san Juan de la Cruz, el doctor por excelencia de la mística moderna, no consiste en modo alguno en los éxtasis, las visiones, y otros fenómenos psicológicos extraordinarios. […] la mística auténtica no es más que la

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