Democracia, Transparencia, Participación y Bien Común

139 democracia: transparencia, participación y bien común negando nuestra libertad, nuestros más elementales derechos individuales y, sobre todo, nuestra condición de seres trascendentes. Tales aspectos ideológicos y culturales también afectan de forma negativa a la institución nuclear de cualquier sociedad, que es la familia, pues cada vez son menos, al menos en Europa, las vocaciones por construir matrimonios estables; en tanto que las tasas de divorcios aumentan y las de la natalidad decrecen de manera alarmante, sin que las políticas de apoyo a las familias tengan la energía imprescindible. A ello hay que añadir la consagración en muchos Estados, por vía de la ley positiva, de un presunto derecho de la mujer sobre la vida de los concebidos no nacidos. Otro enorme reto que nos plantea el nuevo mundo globalizado, es el de los grandes desequilibrios económicos y culturales entre las distintas zonas y regiones del planeta. De tal forma que el bienestar material al que aspiramos todos, contrasta con las decenas de miles de personas que mueren cada día por falta de una alimentación adecuada. Desnutrición que afecta, según la FAO a 842 millones de personas en el Mundo. Además de que otros tantos millones de seres humanos carecen de agua corriente y de asistencia sanitaria. Como también hoy se presenta ante nosotros la tragedia de desplazados de sus tierras de origen, víctimas de todo tipo de guerras y violencias. A lo que hay que unir los problemas que se derivan del abuso por el hombre de los recursos naturales del Planeta. Aspectos que ha abordado recientemente el Papa Francisco en su carta-encíclica Laudato si’ (24.5.2015). Ante la magnitud de estos problemas que afronta la Humanidad en los momentos actuales, la solución tampoco parece que sea el inquietante modelo económico de materialismo consumista en el que vivimos los países más desarrollados. Me refiero al llamado “Estado del bienestar” que hemos sacralizado en Europa. Modelo económico y social que exige un crecimiento constante de la economía consumista y del endeudamiento público. Algo que nos aboca al absurdo de que este sacralizado bienestar material, al que aspiramos como gran objetivo político de la Unión Europea, es probable que pueda funcionar con apreciable éxito durante nuestra generación, pero dudosamente beneficiará a nuestros hijos, y con toda seguridad no existirá para nuestros nietos, que además tendrán que

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