Yo soy cristiano: Identidad, misíon y testimonio ¿Quién soy? ¿Por qué lo soy? ¿Cómo lo vivo?

88 actas del quinto congreso católicos y vida pública fueron protagonistas principales de la gran instantánea democrática del siglo XX, cuando el 26 de junio de 1963 las grandes tradiciones constructoras de la vida política de los más avanzados Estados de Derecho se reunieron para hacer frente al estalinismo en Berlín y, con ello, a toda la barbarie totalitaria del siglo XX, y junto al Muro que acabó por convertirse en una cicatriz desde entonces instalada en la conciencia de Europa: Konrad Adenauer, canciller de la República Federal de Alemania, como cabeza visible de los demócratas de inspiración cristiana; John Fitzgerald Kennedy, presidente de los Estados Unidos de América, como liberal clásico, impregnado de una profunda sensibilidad cristiana; y Willy Brandt, entonces alcalde de la histórica capital de Prusia, futuro canciller alemán, como expresión del socialismo democrático, también abierto a un diálogo con el cristianismo profundamente inspirador de la acción de quien habría de ser su sucesor, Helmut Schmidt, quien todos los años participaba en su Hamburgo natal en las jornadas ecuménicas que se celebran en la Michaelkirche , bella, imponente, parte de la himmelinie de la gran capital de la Hansa, símbolo del encuentro entre todas las personas cuya buena voluntad se encuentra siempre más presente que sus prejuicios y que sus miedos. Europa y la democracia habían captado Brandt y Schmidt, no se podían construir sin el cristianismo. El cristianismo era parte esencial e imprescindible del proyecto de civilización, y de todas y cada una de sus manifestaciones. Pero, como decía Pietro Scoppola, un catedrático de historia que prefería denominarse a sí mismo “estudioso de la historia”, cristiano y, por lo tanto, siempre abierto al diálogo con nuestros hermanos que no lo son, a lo largo de la historia, y particularmente de la historia democrática, el cristianismo además cualifica y, cualifica profundamente, la redefinición que la sociedad moderna aborda de las condiciones para la convivencia y la colaboración entre las personas. Dentro de un marco político, jurídico e institucional compartido entre ideas y convicciones diversas, el cristianismo es esencial a la creación de la cultura cívica que sostiene la democracia 9 . Sin la contribución del cristianismo la democracia, como “poder del pueblo para la libertad”, en insuperable expresión de Marc Sangnier, no es posible. Ni es posible la civilización de los derechos y libertades fundamentales. Ni la división y control de poderes. Cuanto es bueno, bello y justo en la historia humana, 9 SCOPPOLA, P.: La coscienza e il potere . Roma-Bari. 2007, pp. 177-178.

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