Creer y actuar para renacer

16 actas del sexto congreso católicos y vida pública cultural que le permite evaluar y ponderar su rol en la naturaleza. 6. el mundo es nuestra casa Para el cristiano el mundo no es inhóspito y carcelario, sino “la casa fabricada para el hombre”, como describe san Buenaventura (Cf. G. H. Tavard,Transiency and Permanence, St. Bonaventure, N.Y., pp.40 1954). El concepto de “casa” siempre encierra un sentimiento familiar, referencial, acogedor y entrañable. El universo, si no se convierte en morada, se hace terrible, como muy bien decía M. Buber: “Solo hay cosmos para el hombre si el universo se torna su morada” (Buber M., ¿Qué es el hombre?, F.C.E. México 1949). Es que “la casa en la vida del hombre suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ella, el hombre sería un ser disperso”, como bellamente escribe Gastón Bachelard. (Judit Uzcátegui Araújo, El imaginario de la casa en cinco artistas contemporáneas, Eutelequia, Madrid, pp 15, 2011). Y con ella adquiere el mejor modo de saber habitar y de librarse del miedo de sentirse extraño. El hombre en este mundo no es un ser extraño ni un ser arrojado, como se presenta en algunas filosofías de la existencia, sino un ser colocado en el cálido recinto del hogar. Y este hogar, como algo entrañablemente nuestro, debe ser defendido con primor y con pasión. La teología cristiana, con los apuntes y directrices del papa Francisco, con intuiciones puras y consistentes, implica una antropología y desemboca en una ecología, ya que todo es bueno, incluso la misma materia. Dios ha creado un mundo maravilloso, y el hombre no puede corregir la plana con recelo aldeano. El “someted la tierra” del Génesis no es un salvoconducto para explotar y destruir, sino el imperativo para humanizar la naturaleza y vincularse fecundamente con ella.

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