El desafío de una educación solidaria

136 actas del viii congreso católicos y vida pública con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así comonopueden llegar a considerar a Dios, pues él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza» (7M 1, 1). La llamada a la interioridad, esa necesidad imperiosa que todos sentimos, no parte de nosotros mismos, aunque responda a nuestras necesidades e inquietudes: Nosotros aportamos nuestra disposición y buena voluntad, lo que la santa llama una «determinada determinación», y el gran Rey que habita en nuestro interior «con un silbo tan suave» que aun nosotros mismos casi no alcanzamos a entenderlo «hace que conozcamos su voz» y no andemos tan dispersos y distraídos, sino que tornemos a nuestro interior. Este volver a nosotros mismos es, según santa Teresa, un ejercicio sabroso, pues en la medida en que nos ejercitamos en él, vamos experimentando cierta reunificación interior, en la dinámica de aquella máxima agustiniana: «no salgas de ti, en el interior del hombre habita la verdad» que puede saciar las inquietudes del corazón humano (4M 3, 3). La presencia que vamos descubriendo es una presencia amiga, que atrae y enamora. Llegados a este punto, crece la urgencia y necesidad de orar. Por eso la santa va a hacer un gran despliegue pedagógico para que nos acostumbremos a esta compañía, apoyándonos en la imaginación y en la fe. Lo primero es reconocer la presencia de alguien con nosotros y prestarle atención, entendiendo con quién vamos a tratar (CV 24, 3-8). Lo segundo es lo que Teresa llama «procurad tener compañía» (CV 26, 1). Más que tener compañía, es reconocerla. Para ello nos invita a representar al mismo Señor junto con nosotros, a no estar nunca sin tan buen amigo y acostumbrarnos a traerle siempre con nosotros. Como cuando nos encontramos con una persona amiga que nos es muy familiar, el encuentro ha de ser de una manera muy espontánea: ni pensar en él, ni sacar conceptos, ni tratar de definir a la persona con que nos hemos encontrado, ni recitarle fórmulas. Lo único que nos pide la santa es que lo miremos y nos acostumbremos a su mirada. Y así, en este cruce de miradas y surgida de la experiencia del encuentro, entablemos con él una conversación sobre nuestras cosas, de lo que estamos viviendo en el momento, sean alegrías y éxitos, sean sufrimientos y fracasos,

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