Koinonia | 2005-2006

La Familia en el Magisterio de Juan Pablo II 62 moralmente apropiada que enseñaba la Iglesia encuadraba dentro del marco de un amor responsable, de un amor que se libera del imperativo instintivo e irracional. Un estudioso muy serio, amigo y conocedor del Papa indica que el planteamiento de Wojtyla estaba inspirado por la ontología de la persona y del valor objetivo que se podría llamar un Personalismo Tomista. Podría describirse este libro como una guía para un cristiano adulto, devoto y concienzudo. Y anota que cita muy pocas autoridades eclesiales, sean de la Tradición o del Magisterio. El analista recalca que hay pocos libros escritos por un hombre sobre el tema de la sexualidad y el matrimonio con un sentido tan profundo de la modalidad femenina de la persona humana. Hay un misticismo espiritual que subyace la visión del amor humano y le ve destinado a su plenitud en el amor divino. La dinámica de darse al otro y de ser poseído por el otro que también se da a sí mismo anticipa, evoca la autodonación de las personas divinas e invita incluso a los célibes y consagrados a verse como personas sexuadas destinadas a la plenitud del amor. En este libro el obispo Wojtyla también expone uno de los temas preferidos de sus escritos y poemas y que también lo sería de su pontificado: el sentido de la paternidad. Al final de este libro asombroso nos dice: “En el mundo de las personas, ni la paternidad ni la maternidad se limitan nunca a la función biológica de transmisión de la vida. Su sentido es mucho más profundo, puesto que aquel que transmite la vida, el padre, la madre, es una persona. La paternidad y la maternidad llevan en el mundo de las personas la marca de una perfección espiritual y formación de almas. Por esto la paternidad y la maternidad espiritual se extienden más allá de la paternidad y de la maternidad físicas. Estas han de estar completadas por aquellas mediante la educación y todo el esfuerzo que implica ésta. Con todo, la educación es también la obra de otros hombres además de los padres. El padre y la madre comparten, por lo tanto, su esfuerzo con los otros educadores de sus hijos, o, por mejor decirlo, han de saber insertar en su educación todo lo que sus hijos reciben de los otros en todos los planos: físico, espiritual, intelectual, y moral.

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