Koinonia | 2005-2006

La Familia en el Magisterio de Juan Pablo II 64 responsable, no pudo asistir a la crítica reunión de junio de 1966 donde la mayoría de la comisión asumía una postura revisionista al magisterio pontificio precedente sobre el tema. El gobierno comunista polaco no le permitió viajar. Pero el Sr. Arzobispo creó una comisión Arquidiocesana para estudiar las cuestiones debatidas en la Comisión Pontificia. En dicho proceso los profesores del incipiente Instituto de Estudio Familiares Arquidiocesano que él mismo había creado, participaron como peritos. El informe rendido por dicha Comisión a Roma en febrero de 1968, fue significativo e incluso pudiéramos decir que novedoso, porque le daba a la discusión moral un punto de partida mucho más rico que el tradicional de ley natural y actos humanos con una perspectiva personalista, desde un lenguaje moral inscrito en la misma estructura sexual del cuerpo humano. La propuesta del memorando de Cracovia, traducida al francés por el mismo Arzobispo Wojtyla, ofrecía una aportación mucho más fina y compleja que la adoptada por la Humanae vitae , ya que daba un contexto o marco personalista que situaba la controversia moral en la dignidad de la persona en sí misma y en sus actos con un significado objetivo, pero no por ello menos vinculado al sujeto, todo ello en función de la libertad humana. En su libro Amor y responsabilidad ya Wojtyla había afrontado el nuevo contexto cultural para articular los mismos principios morales clásicos sin el biologismo legalista con lo cual se ataca a esta Encíclica profética. Wojtyla no renunciaba a articular un humanismo cristiano atractivo en el mundo moderno. Y sobre la paternidad responsable nos dice ya el Papa: “La paternidad y la maternidad responsable son el postulado del amor por el hombre, y son también el postulado de un auténtico amor conyugal, porque el amor no puede ser irresponsable. Su belleza está contenida en su responsabilidad. Cuando el amor es verdaderamente responsable es también verdaderamente libre. Esta es la enseñanza que aprendí de la encíclica Humanae vitae de mi venerado predecesor Pablo VI, que aún antes, había aprendido de mis jóvenes interlocutores, cónyuges y futuros cónyuges mientras escribía Amor y responsabilidad. Como he dicho, ellos mismos fueron mis educadores en ese campo. Ellos, hombres y mujeres, contribuían creativamente a la pastoral de las familias, a la pastoral de la paternidad y de la maternidad responsable, a la formación de centros asesores que tuvieron luego un óptimo desarrollo. La principal actividad de esos centros, su primera tarea estaba y está dirigida al amor humano. El deseo es que tal responsabilidad no falte nunca en ningún sitio y en ninguna

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