Koinonia | 2005-2006

La Familia en el Magisterio de Juan Pablo II 78 “ El sacramento del matrimonio y la familia que nace de él representan el camino eficaz por el que la gracia redentora de Cristo asegura a los hijos de la Iglesia una participación real en la comunión trinitaria. El amor del Resucitado a su esposa la Iglesia, concedido sacramentalmente en el matrimonio cristiano, alimenta, al mismo tiempo, el don de la virginidad por el Reino. Esta, a su vez, indica el destino último de ese mismo amor conyugal. Así, el misterio nupcial nos ayuda a descubrir que la Iglesia misma es “familia de Dios”. Por eso, el Instituto, al profundizar en la naturaleza del sacramento del matrimonio, ofrece también elementos para la renovación de la eclesiología ” (scn 3 y cfr. FC 49). “ La verdad plena sobre el matrimonio y la familia, que se nos reveló en Cristo, es una luz que permite captar las dimensiones constitutivas de lo que es auténticamente humano en la procreación misma. Como enseña el Concilio Vaticano II, los esposos unidos por el vínculo conyugal, están llamados a expresar su entrega mutua con los actos honestos y dignos propios del matrimonio (cfr. Gaudium et spes, 49) y a acoger con responsabilidad y gratitud a los hijos, “el don más excelente del matrimonio” (ib. 50). Así precisamente con su donación corporal, se convierten en colaboradores del amor de Dios creador. Al participar en el don de la vida y del amor, reciben la capacidad de corresponder a él, a su vez transmitirlo. Por consiguiente, el ámbito del amor de los esposos y la mediación corpórea del acto conyugal son el único lugar en el que se reconoce y respeta plenamente el valor singular del nuevo ser humano, llamado a la vida. En efecto, no se puede reducir al hombre a sus componentes genéticos y biológicos, aunque participen en su dignidad personal. Todo hombre que viene al mundo está llamado desde siempre por el Padre a participar en Cristo, por el Espíritu, en la plenitud de la vida en Dios. Por tanto, ya desde el instante misterioso de su concepción debe ser acogido y tratado como persona, creada a imagen y semejanza de Dios mismo (cf. Gn 1, 26) ” (scn 4). El futuro de la humanidad y de la Iglesia pasa por la familia (FC 79 y 86), reiteró una y otra vez.

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