Koinonia | 2005-2006

Autismo existencial 83 enfermedad. La tiene y le parece que está sanísimo. A veces, me da la impresión de que cuando digo algunas cosas como éstas se piensa que estoy ofendiendo. Me da la impresión de que se van a ofender, porque es tan horrible esta enfermedad que no se sabe que se tiene. Y claro, yo no soy un taumaturgo que en cuatro palabras sea capaz de hacer la maravilla de descubrir la enfermedad, de hacer que el otro la acepte y que no mate al “mensajero” (en Roma, ya saben ustedes, mandaban un mensajero con las noticias: si éstas eran malas, el que las recibía, habitualmente, mataba al mensajero, al portador de la noticia). Espero que salgamos de aquí lo más enteros que podamos. Además, cuando digo que estamos en una sociedad autista no hablo sólo de ustedes, sino también de mí: a veces los que hablamos mucho nos creemos que estamos libres de lo mismo que afecta a todos los demás. La verdad es que estamos todos aquí por igual y eso es bueno si todos reconocemos por igual la realidad. En pocos minutos les diré que la historia de la humanidad ha pasado por diferentes estadios; y ahora estamos en el último. Si me refiero al pasado es sólo para que comprendamos el presente; no tengo ánimo de hacer una historia del pensamiento. Hubo un primer estadio de carácter teocéntrico , que duró, más o menos, desde que aparece la historia hasta el Renacimiento y la Reforma; o dicho de otra manera, desde el origen del hombre hasta el siglo XVI, aproximadamente. Este enorme, enorme lapso de tiempo, el ser humano lo vive teocéntricamente, centrado en Dios. Dios es el centro. Por ejemplo, piensen en la figura de Abraham. Dios le dice: “Coge a tu hijo, llévalo al monte y ahí lo matas”. Pero ¡bueno!, esto ¿cómo es posible que me lo mande Dios? “Te digo que lo mates. Y luego, una vez que hayas obedecido sacrificando al ser más querido, entonces, y sólo entonces, te voy a decir lo que quiero para ti y para tu pueblo. Confía en mí, porque el sacrificio de tu hijo no va a ser en vano”. Si a ustedes les dijeran eso, ¿qué harían? ¿Matarían a su hijo, a su padre, a su amigo, matarían a la persona que más quieren para seguir la voluntad de Dios? Sean sinceros, díganme: ¿qué harían? ¿Matarían, sí o no? Si hubiera una persona dispuesta a esto, y no estuviera loca de atar, aquella persona sería de la estirpe de Abraham. Pues miren: Abraham lo hizo. Porque la persona teocéntrica pone a Dios como el centro de todo, incluso el hijo muy amado es susceptible de ser puesto a la disposición de Dios. Luego ocurrió, ya saben todos, que Yahvé no dejó que mataran a Isaac, el hijo de Abraham, o sea, que tuvo un final feliz también desde la perspectiva humana, porque Dios no es un Dios de muertos. En el período teocéntrico Dios es el centro, las horas litúrgicas son el centro del horario

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