Koinonía 2006-2007

La familia: lugar de paz y reconciliación 16 Muy importante es la educación sexual que constituye un derecho y deber fundamental de los padres. Debe realizarse siempre bajo su dirección y supervisión tanto en casa como en los centros educativos elegidos por ellos. La Iglesia – advierte el Papa Juan Pablo II – se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales. La información sexual, sin los principios morales, no sería más que una introducción a la experiencia del placer, sin un significado esponsal y un estímulo para el libertinaje y el vicio ya desde los años de la inocencia. Según la visión cristiana, educar a los hijos en la castidad no significa de ninguna manera rechazo ni menosprecio a la sexualidad humana, significa más bien fomentar una energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad para llevarlos hasta la realización plena. Para los creyentes, la educación cristiana es el don más hermoso que los padres pueden dar a sus hijos y la manifestación más genuina y más elevada de su amor. La armonía, la serenidad y la alegría de la vida familiar – asevera Juan Pablo II – dependen en gran medida de la mujer, esposa y madre, quien con su intuición, su tacto, su afecto, su paciencia y generosidad suaviza asperezas y tensiones. Es ella la que levanta los ánimos decaídos y ofrece un puerto acogedor en el cual refugiarse, cuando afloran los problemas en cualquier edad de la vida. Juan Pablo II apoya la igualdad de la mujer en el lugar de trabajo, pero insiste en que las labores que ella realiza fuera del hogar no son más importantes ni más dignas que el trabajo del hogar. Al respeto le incumbe el grave deber de colaborar en las cargas del hogar con su trabajo, no dilapidando el salario, que es un bien para toda la familia, siendo al mismo tiempo fiel a su esposo con un amor único e indiviso. Debe además mostrar un verdadero afecto y dedicación en la educación de sus hijos. ¡La familia se conserva y fortalece gracias al amor! concluye Juan Pablo II. En el fondo de todo divorciado vive un egoísta. El marido que quiere vivir a sus anchas como soltero, acabará por serlo. La esposa que en todo

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