Koinonía 2006-2007

Amor: irresistible promesa de felicidad 36 coherente. Vean a Juan Pablo II; creyeran o no, todos reconocían en él una persona coherente. Convence porque la vida está respaldando todo el mensaje del Papa. El hombre no puede quedarse neutral: o se vuelve más hombre o menos hombre. El caballo o es caballo, o no es nada; yo no. Yo puedo ser más hombre o menos hombre. Con la gracia soy más hombre y con el pecado soy menos hombre. Pudo Dios haber hecho un hombre neutral, pero Dios elevó al hombre a un orden sobrenatural. Cristo vino, es decir, trajo el amor y por eso fue a la cruz. Y la cruz es el acto supremo por su esposa la Iglesia. Para hacerla blanca, sin manchas ni arrugas. Por eso dice San Pablo: “Vosotros maridos amen a sus mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella con el fin de hacerlas blancas, sin manchas y sin arrugas”. Ese es Cristo, ese es el Señor, y nos ama así a cada uno de nosotros. Cada uno es la esposa de Jesucristo. Nunca jamás se cansa de amarme, por más hundido que esté y eso es una cosa preciosa. “Yo vengo como el hijo pródigo, he derrochado todo el caudal y desparramado mi vida, vengo aburrido, triste y agobiado al punto de desesperarme”. Pues no, no te desesperes, porque Dios es mucho más grande que tú. Él sabe que el hombre ha pecado; y lo más grande y hermoso que el hombre puede hacer con Dios es darle su pecado. Es el gesto más bonito. Si alguien hoy quiere hacer feliz a Dios, no hay más que un camino y es el de decir: “Aquí tienes mis pecados. Que tu sangre no caiga en balde sobre mi vida”. Cristo responde: “Yo tengo sed de tu alma, de tu vida y de tu cuerpo y quiero que seas feliz. Te entrego mi sangre”. Pero, ¡que tremendo cuando no hay donde echar la sangre de Jesucristo! Esa fue la sed terrible de Jesucristo en la cruz: no tengo donde echar mi sangre. Estoy derramando mi sangre, pero no hay quien diga “tengo sed de tu vida, de tu sangre, de tu amor”. Y eso es lo que hace el pecado. Pero, si uno dice “ahí tienes mis pecados”, entonces Jesucristo dice: “Valió la pena”. Cada uno vale para Jesucristo lo que nadie puede pensar. Cada uno es una maravilla para Jesús, un alma es una diócesis demasiado grande para un Obispo y por esa alma Cristo dio la vida. Cristo entregó su vida no por un ente abstracto, sino por mí, por mí. Dios pensó en mí cuando estaba muriendo. Y si uno estuviera consciente de esto se preguntaría: “¿por qué estoy tan apabullado si Cristo, Dios y hombre, a mí me ama?”. Cristo se ha casado con la Iglesia y el sacrificio de la cruz ha sido la culminación más grande del amor. Si alguien quiere saber qué es el amor tiene que ir a Jesucristo y arrodillarse ante él en la cruz. Santo Tomas de Aquino decía que había aprendido mucho más delante del

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