Koinonía 2006-2007

No perdamos una ocasión preciosa 93 cuando en toda conciencia ven que se están discutiendo cuestiones vitales, que pondrán la sociedad en que viven por un rumbo que juzgan equivocado? También durante la primera vista pública se ha escuchado, de forma distinta, esta sutil objeción: “¡dejen, por favor, que otras personas piensen de modo diferente al suyo y vivan como le guste!”. Este grito parece nacer del buen sentido y de sinceros sentimientos democráticos. Sin embargo, se olvida el hecho de que los cristianos, como los no cristianos, no son súbditos: son ciudadanos. Y como ciudadanos no son llamados a obedecer simplemente a las leyes sino también a crearlas. No sólo deben respetar el Código Civil del país en el que viven, sino que son corresponsales de su creación. A esto son “obligados” por la naturaleza misma de la democracia. Ningún ciudadano de un país democrático puede contentarse con no hacer nada malo o injusto: tiene el deber de colaborar con el legislador para que haga leyes justas. Si no lo hace, se vuelve cómplice de la injusticia que ha permitido al legislador, porque en una democracia todo ciudadano es parte responsable del sujeto legislador. Nadie, creyente o no creyente, debe renunciar en este momento histórico a su responsabilidad. El que alguien se viera obligado a renunciar a su derecho a expresarse, sí sería una grave señal de “déficit democrático”. Artículo publicado en el periódico El Nuevo Día, 20 de febrero de 2007

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