Koinonía 2008-2009

81 transformista. La disyuntiva que estableció Darwin hay que cambiarla por una copulativa. No creación o evolución, sino creación y evolución. -La teoría evolucionista no excluye la acción creadora de Dios; más bien la precisa y exige. La evolución supone siempre por absoluta necesidad la existencia de algo previo que se despliega, que se desarrolla. No hay evolución sin algo que evoluciona. La nada no evoluciona. Escribe Chesterton: “Nadie puede imaginar cómo la nada pudo evolucionar hasta convertirse en algo. Ni siquiera explicando cómo una cosa puede convertirse en otra. Es mucho más lógico empezar diciendo: En el principio creó Dios los cielos y la tierra” 69 . La evolución no explica el surgimiento del primer ser. Lo supone existiendo. La creación alcanza donde no llega el proceso evolutivo, explicando el origen del primer ser que, por evolución, forma los diferentes cuerpos del mundo inorgánico y florece en los diversos organismos que han llagado, desplegándose, hasta la cima del ser humano. “Nuestros evolucionistas, escribe Chesterton, están enamorados hasta la manía de la idea de que toda cosa grande ha salido de un grano pequeño, olvidando que el grano proviene de un árbol ” 70 . -Una lectura fixista, es decir, literal de la narración bíblica sobre el origen del mundo y del hombre es compatible y armonizable con el microevolucionismo, ya que éste sólo exige perfeccionamiento en los nuevos individuos que van apareciendo dentro de la misma especie. -Una lectura fixista o literal de la narración bíblica sobre el origen del mundo es incompatible con el macroevolucionismo, ya que esta teoría supone la aparición de nuevas especies, posición rechazada por el fixismo, puesto que todas las especies de los vivientes se encontraron presentes en los albores del mundo. -Una lectura sobre la narración bíblica acerca del origen del mundo, despojada de la forma literaria e internada en el corazón del mensaje, es decir, en el fondo o verdad religiosa que se pretende transmitir, es compatible con el macroevolucionismo. Juan Pablo II precisa con pulcra exactitud el contenido esencial que es menester conservar en el relato bíblico, más allá de las cosmogonías que el hagiógrafo haya podido 69 Chesterton, G. K.: “El hombre eterno”, en Obras completas, ed. Plaza y Janés, Madrid, 1991, p. 1464. 70 Op. cit., p. 1504. De cómo armonizar el relato bíblico de la creación con la teoría evolucionista

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