Koinonía 2010-2011

mismo modo. ¿Por qué tantas veces estamos confusos? Porque no usando el criterio, el detector que el Misterio ha puesto en nuestra propia naturaleza para descubrir cuándo es verdad y cuándo no, caemos en la confusión. Y esto, ¿a qué nos lleva? A veces, como nos sentimos engañados porque la realidad nos promete algo que después no cumple, poco a poco nos desinteresamos y dudamos de que exista algo que verdaderamente pueda cumplir todas las exigencias del corazón. Por eso es tan fácil llegar a ser escépticos. Yo os desafío: pensemos a cuántas personas adultas conocemos que no sean escépticas, que cuando ven a sus hijos con todas las exigencias vivas, dicen: «Bueno, la vida te pondrá en tu sitio», esperando el momento en que uno renuncie a todas las exigencias que tiene. Es aquí donde uno se da cuenta de que todos los intentos que hacemos no consiguen darnos aquello que deseamos (y cada uno de nosotros lo puede percibir en sí mismo). Es como si la primera cuestión de la vida fuera darnos cuenta que el Misterio nos ha hecho con una desproporción tan grande, con un deseo tan inmenso, con un deseo de infinito, que, como decía otro literato italiano, Cesare Pavese, «lo que buscamos en los placeres [hasta en los placeres], es el infinito y nadie renunciaría a la esperanza de conseguir esta infinitud”. La religiosidad coincide con este deseo: no es para los que no tienen otra cosa que hacer, no es para los sentimentales, no es para los píos. La religiosidad coincide con el máximo de la expresión humana. ¡Qué degradación de la religiosidad a sentimiento y a irracional o a fundamentalismo contra la exigencia de la razón! Esto sucede por haber reducido la religiosidad a lo que tantas veces la vemos reducida. Pero ésta es solo una caricatura, ésta no es la religiosidad, la religiosidad coincide con la exigencia más profunda de plenitud del yo de cada uno de nosotros; por eso coincide con su naturaleza racional, con esta exigencia exhaustiva, sin fin, de la razón humana. Pero, a veces, cuando los hombres con nuestra fragilidad no lo encontramos y decaemos, decaemos en la confusión, nos viene el grito, el grito que trascurre, que atraviesa toda la historia humana desde los paganos. « ¡Zeus mándanos un cambio!», decían los paganos, porque si no lo mandas tú, nosotros no podemos encontrarlo. O cuando Platón decía: si tú no nos mandas algo para poder atravesar el piélago (porque ponía el ejemplo de la vida como atravesar un lago), si tú no nos mandas algo nosotros, ¿qué podemos hacer? Pues con los instrumentos que tenemos, con lo que encontramos en la vida, intentamos vivir lo mejor posible. Pero, ¡cómo nos gustaría que no corriéramos riesgos, poder

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