Koinonía 2010-2011

hacer la travesía de la vida en una nave segura y cierta, o sea, la revelación de Dios! ¡Cinco siglos antes de Cristo! ¿Por qué? Porque está en el corazón de la exigencia humana que cuanto más provoca la realidad el yo, cuanto más intensamente vive el hombre, más viene de lo más profundo del ser el grito: «¡Misterio danos una palabra clara!». 2. Cristo aclara el sentido religioso Y esto es lo que Cristo ha venido a hacer. Es Cristo quien nos aclara el sentido religioso, la exigencia para la que estamos hechos. Y lo descubrimos en una experiencia sencillísima: los primeros que encontraron a Jesús, Juan y Andrés, fueron aquel día (se habrían levantado aquel día como tantos de nosotros hoy) a escuchar a Juan Bautista. Imaginaos dos pescadores, por tanto ignorantes (porque en aquel tiempo solo sabía quién estudiaba la ley), gente del pueblo, sencilla, que llega allí a escuchar al profeta y oye decir esa frase misteriosa para ellos: “Mirad, éste es el Cordero de Dios” y ven que un hombre empieza a caminar y no pueden evitar el deseo de ir detrás de Él. Y le preguntan: “¿Dónde vives?”. Jesús les dice: “Venid y ved”, y se quedaron con el todo el día. Nosotros podemos imaginarnos a estos dos, nos podemos identificar fácilmente con aquellos que estaban allí sentados, que miraban a aquel hombre decir cosas que jamás habían oído y, sin embargo, tan cercanas, tan coherentes, tan evocadoras. Ellos no comprendían. Estaban simplemente aferrados por las palabras que salían de su boca, como arrastrados, trastornados por ese hablar: se quedaban mirándole asombrados de cómo hablaba. Don Giussani describe cómo, a medida que su mirada atónita y admirada penetraba aquel hombre, ellos percibían que cambiaban dentro, que cambiaba su propio yo; y cuando vuelven a su casa, lo hacen en silencio. Nunca habían hecho el camino tan en silencio: como cuando nos sucede algo grande en la vida, como cuando uno le pasa algo tan absolutamente excepcional que se queda sin palabras, van allí en silencio, porque estaban todos ellos invadidos por aquella presencia excepcional que habían encontrado. Imaginaos cuántas presencias habrían encontrado estos dos, pero solo aquel hombre les había aferrado, les había captado toda la atención y todo el afecto. Y cuando llega a su casa, Andrés abraza a su mujer; y su mujer se da cuenta, se da cuenta y dice: pero, ¿qué te pasa? Como a nosotros, cuando nos ha pasado algo grande en la vida y llegamos a casa o llegamos a ver a un amigo y nos dice: pero, ¿qué te ha pasado? Como la mujer de Andrés. Era Andrés, sí, era él,

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