Koinonía 2010-2011

tiene su fundamento en la constatación que solo en la práctica de la comunión la persona aprende a concebirse y a hacer experiencia de la propia naturaleza de “yo en relación”. Conclusiones Con estos breves análisis de las encíclicas sociales de Juan Pablo II hemos podido comprender su logrado intento de extender el depósito de las enseñanzas de la Tradición apostólica, declinándolo en las formas más oportunas, de acuerdo con el nuevo contexto histórico en que se encuentra a actuar. La originalidad de su contribución a la doctrina social de la Iglesia está, a mi juicio, en su gran capacidad de evidenciar los aspectos peculiares del mensaje social que se derivan de los textos bíblicos y evangélicos, y en el desarrollo de los principios éticos enucleados por sus predecesores. El ejemplo más clamoroso es, sin duda, el énfasis que Juan Pablo II ha puesto en la dimensión subjetiva del trabajo humano. Mientras León XIII y los papas siguientes insistieron en la necesidad de proveer condiciones de trabajo decentes para los obreros, Juan Pablo II valora también el acto mismo de trabajar. Esta atención a la dinámica del actuar está en relación con la apertura del joven filósofo y teólogo Karol Wojtyla hacia algunos aspectos de la fenomenología. Para Wojtyla, el encuentro con la verdad en un acontecimiento real puede acontecer en cualquier momento de la vida, incluso en el trabajo. En esta perspectiva, Juan Pablo II no propone una alternativa a la metodología y a la praxis “estáticas” del tomismo, que se basaban en el análisis razonable de las causas que mueven lo real, sino que trata de enriquecerlas e integrarlas de alguna manera al esfuerzo de buscar la verdad de la vida económica y social de la persona individual, de los distintos pueblos y de la entera familia humana. Los que pintan la enseñanza económico-social de Juan Pablo II como una ruptura con el pasado de la Tradición de la Iglesia, cometen el mismo error de los que interpretan el Concilio Vaticano II como un evento de cambio radical de la posición de la Iglesia en materia doctrinal, pastoral y litúrgica. En ambos casos existen indiscutibles y, a veces, relevantes innovaciones formales, finalizadas a la transmisión más eficaz del mensaje cristiano a los hombres del tiempo presente. Sin embargo, estas innovaciones no llegan a modificar el contenido sustancial del mensaje mismo, ni invalidan la bondad de las formas adoptadas anteriormente por la Iglesia (Bryan, 1993). Estas interpretaciones, distorsionadas y superficiales, acontecen mayormente debido a que, en lugar de basarse en el análisis directo de los documentos, se apoyan en reconstrucciones periodísticas engañosas o en una literatura secundaria no confiable. Diversamente, de cualquier otra institución, la autoridad de la Iglesia Católica, desde hace dos mil años, con el paso de un pontífice

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