Revista Horizontes: primavera/otoño 2010 | Año LIII Nums. 102-103

9 románticos del siglo XIX, sino como ente real, de carne y hueso. El “jíbaro” comienza a transformarse en esencia y alma, en carne y en tierra. La revista puertorriqueña Índice recogerá esta nueva visión para transformarla en problemática económica, social, política, psicológica y cultural y lanzarla a los cuatro vientos, al plantear, en forma de encuesta, la incertidumbre de la esencia puertorriqueña. Sin duda alguna la Revista de las Antillas representa una valiosa aportación de los intelectuales de la época e inicia, con su actitud de admiración por lo vernáculo y por su defensa de los valores hispánicos, el sendero que habrían de continuar las generaciones posteriores. (E. Laguerre, Cap.III, La poesía mod. en Puerto Rico ). A partir del siglo XIX y como consecuencia de la Doctrina Monroe (1823), los Estados Unidos comienza a mirar hacia el Caribe como unidad regional estratégica. Esta mirada lleva, a numerosos escritores antillanos a expresarse en contra de esta tendencia imperialista. Para 1926 el poeta cubano, Agustín Acosta, canta, en su poema “La zafra”, la amargura de la tierra entregada a las compañías extranjeras. José Antonio Ramos también recoge en su drama Tembladera , su protesta, por la entrega de la tierra al extranjero y Enrique Serpa, en “Aletas de tiburón” describe la explotación de que eran objeto los pescadores cubanos por parte de compañías monopolizadoras norteamericanas que, a su vez, contaban con el respaldo y la aprobación del Gobierno de la Isla mayor del archipiélago. Análogos planteamientos observamos tanto en la literatura dominicana como en la puertorriqueña. Las tres novelas antillanas relacionadas con el tema de la tierra y publicadas en los años treinta: Over , del escritor dominicano, Ramón Marrero Aristy; La llamarada , del puertorriqueño Enrique A. Laguerre y Ciénaga , del cubano Luis Felipe Rodríguez, recogen la posición de las islas frente a los intereses norteamericanos por la tierra, situación que igualmente se observa en Cuentos y leyendas del cafetal , de Antonio Oliver Frau, Puerto Rico; Cuentos para fomentar el turismo , de Emilio S. Belaval, Puerto Rico; Coabay , novela de José A. Ramos, Cuba; Contrabando , de Enrique Serpa, Cuba; Marcos Antilla: relatos de cañaveral , de Luis F. Rodríguez, Cuba; Cielo negro , de Néstor Caro, República Dominicana, libro, este último que ofrece una visión de conjunto sobre la problemática de la tierra. El primer cuento de esta colección, “Los amos buenos” trata el tema del imperialismo económico al describir el ingenio azucarero y sus prácticas de explotación económicas y humanas. La poesía antillana de la época también recoge el tema. Transcribimos a continuación unas conocidas estrofas de la poesía puertorriqueña: No des tu tierra al extraño por más que te paguen bien. El que su terruño vende vende la Patria con él. (Virgilio Dávila) 8. El destierro. El tema del destierro y el de la movilidad migratoria es otro de los puntos clave en las letras antillanas: José Martí, Eugenio M. de Hostos, Juan Bosch, José Luis González, Lola Rodríguez de Tió, José María Heredia, Pedro Mir, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Antonio Benítez Rojo, Reinaldo Arenas, María Elena Cruz Varela, Heberto Padilla, han sido y son, en el presente, escritores que se han visto obligados a abandonar sus respectivos países para emigrar al extranjero o a otras islas del Caribe. Esta constante movilidad social se manifiesta en numerosos relatos y poemas enmarcados bajo los signos del destierro y de la nostalgia. Dice el cubano Leonardo Padura en La novela de mi vida (2002) novela sobre la vida del también cubano –desterrado, en su época, por conspirar contra España, José María Heredia, el “Cantor del Niágara”: Yo no sé si en el futuro otros hombres sufrirán igual condena que la mía y vivirán por años como desterrados, siempre añorando la patria, eternamente extranjeros, lejos de la familia y los amigos, con mil historias inconclusas y perdidas a las espaldas, hablando lenguas extrañas y muriendo de deseos de volver: si así fuere, desde mi lecho de muerte los compadezco, pues padecerán el más cruel de los castigos que pueden prodigar quienes, desde el poder, ejercen como dueños de la patria y el destino de sus ciudadanos. (L. Padura, La novela de mi vida , p. 270). Esta migración intercaribeña se observa, además, en la mezcla de ciudadanías que portan gran parte de los antillanos. En uno de sus versos titulado “Contracanto a Walt Whitman” afirma el escritor dominicano Pedro Mir: Yo, un hijo del Caribe, precisamente antillano. Producto primitivo de una ingenua criatura borinqueña y un obrero cubano. Nacido justamente y pobremente en suelo quisqueyano. (Pedro Mir) Este cruce de etnias ha sido y es un elemento aglutinador de los antillanos. Dice al respecto Luis Rafael Sánchez: Los versos de Pedro Mir tan enjundiosos, pese al laconismo calculado, sintetizan un intachable retrato con palabras del caribeño cruzado. Anima estos versos del Maestro dominicano una llaneza estremecedora y estremecida; la misma llaneza con que los tres países del Caribe hispánico han sabido vincularse. La opresión política, la dictadura de turno, los azotes de la miseria, la avaricia creciente de las clases privilegiadas, hacen que Puerto Rico hoy, la República Dominicana ayer, Cuba antier, se alternen como la capital de la entremezcla en el Caribe hispánico. (Luis Rafael Sánchez, “Las señas del Caribe” en La guagua aérea , 1994, p. 44).

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