Revista Horizontes: primavera/otoño 2010 | Año LIII Nums. 102-103

8 cuento que da título a la colección: “Encancaranublado”, de gran complejidad simbólica, en el que un trío de emigrados clandestinos: un cubano, un haitiano y un dominicano, comparten una balsa en alta mar y un mismo destino: llegar a Miami, con la esperanza de hallar una vida mejor. El mar define nuestra naturaleza insular, nuestra cultura, nuestra diferenciación. Pertenecemos a un mundo distinto y alejado de los otros, delimitado geográficamente, sin fronteras artificiales, solo esa “maldita circunstancia del agua por todas partes”, y esa agua, convertida en mar, señalará tanto la entrada como la salida, porque una isla tiene playas, pero también tiene puertos. La insularidad marca un ámbito espacial frente a la otredad, es decir, frente a la mirada del otro, del que se encuentra en “la otra orilla”, sólo que lo hará desde afuera, en una distancia que él vence con su visión de la insularidad que no se pierde jamás. (Rine Leal, Teatro: 5 autores cubanos , Ollantay Press, N.Y., 1995, p. XII). 6. El pescador, el negro, el campesino, como principales elementos formativos de la realidad étnico-social caribeña a los que, en años recientes se suma el hombre de la calle, de clase media o pobre, han sido, por años, los principales protagonistas de la literatura de las islas. El jíbaro puertorriqueño, el vale dominicano y el guajiro cubano aparentan acaparar el papel protagónico de la mayoría de las narraciones que se escriben en Las Antillas desde los albores de la literatura hasta las décadas de 1940-1950. Es, a partir de esta fecha, cuando el hombre de la ciudad –con una nueva problemática urbana– comienza a desplazar al hombre de tierra adentro. En la República Dominicana, Antonio Díaz Grullón (1950) se esfuerza en ambientar sus relatos en un escenario urbano. César Namnúm, Efraín Castillo, Rafael E. Castillo, William Mejía, en la República Dominicana, se suman a nombres como Ana Lidia Vega, Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré, Magaly García Ramis, Olga Nolla, Mayra Santos Febres, Luis López Nieves, en Puerto Rico y a Guillermo Cabrera Infante, Senel Paz, Alejo Carpentier, Leonardo Padura, Carmen Duarte, Amir Valle Ojeda, Eva Bahr, en Cuba, escritores todos que han dejado atrás la narrativa de la tierra para recrearse en temas abarcadoramente urbanos. Dentro de este urbanismo literario se destacan las voces femeninas. De los cuentos del dominicano César Namnúm nos dice Antonio Sajid: En una primera dimensión, la literaria, advertimos que escuchar sus cuentos era transportarse a un mundo de contrastes: imágenes sensoriales complejas, temática urbana, alto nivel de lenguaje culto en coexistencia con el lenguaje escatológico propio de la “calle”, y personajes, que aunque parecidos a los tipos antillanos, responden a la ficcionalización del discurso de una voz narrativa universal. (Antonio Sajid López, “Breve introducción a la figura de César Namnúm” en revista Horizontes , núm.101, oct. 2009). 7. El imperialismo y sus efectos en la región es un tema de amplio tratamiento en la literatura antillana y este tema, a su vez, es fuente de numerosos subtemas que recogen las reacciones de los escritores de las islas ante aspectos diversos que derivan de esta realidad. “El imperialismo a la luz de la sociología” es un ensayo de interpretación sociológica, escrito por el cubano Enrique José Varona en el que se aprecia el desarrollo evolutivo de este fenómeno a través de la historia, fenómeno que no ha sido otra cosa que: La forma de crecimiento o integración de un grupo humano, cuando llega expresamente a tener la forma de dominación política, sobre otros grupos diversos, de distinto origen, próximos o distantes del núcleo principal. (Varona, “El imperialismo a la luz de la sociología”, p. 23). Roma, España, Inglaterra, Alemania, Francia, Portugal, los Estados Unidos de Norteamérica, han sido o son potencias imperialistas. Las Antillas, por su posición geográfica envidiable y por la materia prima que llegaron a poseer, a menudo han caído víctimas de los avances imperialistas de las potencias extranjeras como fueron España, Inglaterra, Francia y Portugal, durante la época colonial y los Estados Unidos de Norteamérica, a partir del siglo XX. La Revolución Mexicana de 1910 fue la chispa que despertó la inquietud entre los escritores antillanos, aunque ya José Martí (1853-1895), a fines del siglo XIX y el nicaragüense, Rubén Darío en su famosa “Oda a Roosevelt” publicada en su libro Cantos de vida y esperanza , 1905, daban la voz de alarma. En 1898 los Estados Unidos había ocupado las islas de Cuba y de Puerto Rico como resultado de la Guerra Hispanoamericana contra España. En 1914, en pleno fragor revolucionario mexicano, los Estados Unidos invaden Veracruz. En 1915 tiene lugar la ocupación haitiana que se extenderá hasta 1934. De 1916 a 1924 las tropas norteamericanas ocupan Santo Domingo y en 1918, Panamá. Un sentimiento antiimperialista se hace más fuerte entre los antillanos, quienes, como reacción a tales sucesos históricos, luchan por desarrollar un sentimiento y una literatura nacional de unidad antillana. En Puerto Rico, el poeta Luis Lloréns Torres funda, en 1913, La Revista de las Antillas , órgano de publicidad que ejercería gran influencia en la literatura de los años treinta debido a sus tres propósitos esenciales: orientación panamericanista, antillanismo y eclecticismo. (E. Laguerrre, La poesía modernista en Puerto Rico , p. 48-49). La Revista de las Antillas se impuso la noble tarea de mantener nuestra insularidad asomada a los acontecimientos culturales de los cinco continentes sin perder un punto de apoyo: Puerto Rico, Las Antillas, América. (E. Laguerre, La poesía modernista en Puerto Rico , p. 47) Las diversas publicaciones que aparecen en l a Revista de las Antillas comienzan a recoger la visión del “jíbaro”, no como figura decorativa, de acuerdo con los patrones

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