Revista Horizontes: primavera/otoño 2010 | Año LIII Nums. 102-103

41 debido a su pragmatismo exagerado, tu padre tenía muchas ideas de avanzada. Por ejemplo, recuerda que él decía que el ramo de flores sobre la caja del difunto era, exclusivamente, un símbolo del estado de su peldaño en la escalera social. También insistía en que la belleza y el precio de las flores se reflejaban en las gradaciones del culpámetro, para el consuelo de algunos deudores y el desconsuelo de otros. Además, opinaba que un ramo de flores exuberantes sobre un regio ataúd también servía para el deleite y los comentarios de los asistentes al funeral. Mijita, nuestra azucena será otra cosa. El la llevará entre sus manos; las mismas manos que habían cultivado tantas otras de su estirpe. Amorosa y esmeradamente, las recortaba de la jardinera para que perfumaran nuestra mesa. En la oscuridad del féretro, su dulce aroma perfumará la entrega de su corteza. Cuántas veces esas manos que tanto me acariciaron, que tanto trabajaron para ganarse el pan, digno sustento de la familia, fueron también capaces de cambiarle el pañal a cualquiera de ustedes tres. Madre e hija se dedicaron a recordar muchas cosas lindas del pasado familiar y se abrazaron, tratando de lograr lo imposible. Entonces, confabularon la estrategia idónea para superar el inmenso dolor de la pérdida de ese ser tan amado. Por ahora, tendrían que recordar que sus últimas dos semanas de vida habían sido de mucho dolor y sufrimiento para todos. Su insuficiencia cardiaca le había convertido su corazón en una especie de batidora que formaba ciertos coágulos que se disparaban y alojaban en puntos clave de su sistema circulatorio, causándole daños irreparables y dolores casi insoportables. Es muy difícil presenciar cómo un tronco tan fuerte se va debilitando poco a poco hasta que al fin cae, derribado para siempre. Sí, mi corazón, es demasiado doloroso, pero mientras te vea tranquila, mientras no te me derrumbes, yo estaré bien, aseguró la nena. Mi amor, yo también trataré de estar bien, porque tengo que permanecer fuerte para todos ustedes. Además, recuerda que tu padre siempre lo decía: Un lloraíto y más ná, pa’lante, a otra cosa, mariposa, toma, aquí están las tijeras. Toma, aquí están las tijeras. Córtale la más linda. Por favor, señor, véndame aunque sea una sola espiga. Le dije que están todas vendidas. Mire que es una emergencia. Lo siento, Miss, pero están vendidas y pagas. La doñita que las compró anda por los otros puestos, pero pronto vuelve pa’llevárselas. Si usted quiere…No, no puedo esperar a que vuelva la señora. Miss, lo que le iba a decir es que si usted quiere, le traigo todas las azucenas que desee, pero tiene que esperar hasta mañana. No puedo, no puedo. Bendito, es que mi papá murió anoche y su entierro es esta tarde. El siempre nos tenía azucenas y Mami me mandó a recortarle una, pero no hay ni una sola en la jardinera. Como hace tanto tiempo que no llueve…Dígame cuántas quiere, Miss, y le prometo que mañana a las ocho… Usted no me entiende. Es que Mami y yo queremos que papá lleve una espiga de azucenas entre sus manos y el ataúd ira cerrado como él lo quería y la azucena entre sus dedos y su perfume para que… su silencio. Está bien, no llore. Tendré que explicarle a la señora cuando venga. Tome, no llore así, tome la espiga y váyase tranquilita; y le acompaño en los sentimientos, mijita. Con su tesoro en la izquierda, y su pañuelito en la derecha, Bianca se sonó la nariz y le agradeció el pésame, mientras calculaba cuántas veces tendría que escuchar esas palabras durante las horas siguientes. Instantáneamente despachó el pensamiento y en su lugar, dejó entrar el número de su hermana. Mari, la conseguí. En un puesto de la plaza. Mija, te cuento ahorita, que me estoy quedando sin batería. ¿Dónde tú estás? Arranca pa’la funeraria, que ya Mami debe estar desesperá porque no llegamos. Se fue pa’llá tempranito. Con Carlín, sí, ciao. La madre estaba tranquila. Anoche le dio un millón de gracias a Dios por liberarlo de su viacrusis. Eran tantas las veces que lo había escuchado preguntarle a su Dios: ¿Hasta cuándo, mi Jehováh, hasta cuándo? Ella misma se había preguntado cuánto más sería él capaz de soportar. La última embolia le había causado afasia y ya no podía casi tragar ni comunicarse con claridad. Estaba sumamente mortificado con la cama de posiciones y trataba de salirse por encima de la barandilla. El tubo de alimentación, la sonda y los calzoncillos sanitarios lo fastidiaban y se los arrancaba en cuanto podía. Ayer al mediodía, según dice la gente, lo visitó la salud. Salió de la cama, desnudo de la cintura para abajo y con su urinal en la mano, comenzó a bajar la escalera, pero tuvo que sentarse en el cuarto escalón sin decir una palabra. Gracias a la ayuda del vecino, Bianca logró regresarlo a su cama y se recostó a su lado, en la cama grande. Más tarde, volvieron los inevitables sudores fríos y sin que nadie la viera, la sombra de la muerte entró a la habitación. El resto es historia. En la funeraria, las palabras del padre José fueron muy consoladoras. El conocía las convicciones religiosas del difunto y por eso, su mensaje fue más bien genérico. Ella había logrado permanecer calmada y sus lágrimas se le escapaban discretamente silenciosas. Camino al cementerio, sólo pensaba en las manos inertes del hombre que tanto amaba, sujetando la azucena entre sus dedos fríos. “¿Hay alguien de la familia que desee decir algunas palabras?” Viendo que nadie decía nada, ella se abrió paso entre los sollozos de sus cuñadas y el silencio atónito de aquel hermano favorito de su marido. Caminó hasta detenerse a la cabeza de la tumba abierta de su padre. Vio a su único varón, con su traje negro, parado al pie de la fosa con los ojos clavados en el hueco. No quiso mirar al resto de los concurrentes. Sin embargo, pudo escuchar a Marilisa dirigirse a una de sus tías que lloraba desconsoladamente: por favor, Tití, que vas a hacer que Mami se descontrole. No se descontroló. Sus palabras fueron muy breves, pero con ellas pudo expresar todo lo que juzgó necesario. Nadie más pudo decir ni una sola palabra. Hoy, cuatro días después, la viuda decidió subirse a la bicicleta estacionaria, la que no la llevaba a ningún otro lugar que a sus pensamientos. Ya habría tiempo para seleccionar y disponer de sus artículos personales, que eran bastante escasos. El trabajo fuerte de su marido le había engrosado los dedos y como ya no le servía su aro de bodas, su hija mayor lo

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