Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105

17 sencilla como la claridad. Aquí no hay geografía para manos ni espíritu. estoy sobre el silencio y en el silencio mismo de una transmutación donde nada es orilla. Julia de Burgos: el amor y el destino La búsqueda y la necesidad de encuentro con este amor/pureza constituirán el tema central y el gran anhelo en la poesía de Julia. Paradójicamente, es precisamente a esta tesitura a la que inmolará su existencia. Ella se enamoró de un hombre, que, alienado por su época, no supo ir en pos del amor que decía tenerle 28 . Julia atribuye esta inacción y este no-ser que había elegido a todas las voces de afuera que luchaban por detenerlo o quizás a la fuerza de lo conocido: Un día, por las playas amarillas de histeria, muchas caras ocultas de ambición te siguieron; por tu oleaje de lágrimas arrancadas al cosmos se colaron las voces sin cruzar tu misterio… 29 Esta decisión sumió a Julia en la profunda desesperación que desencadenaría en su muerte. Muchos de sus poemas están dedicados a esta relación amorosa. Podemos apreciar escritos en los que Julia consideraba que la relación estaba en su mejor momento. En éstos, sin embargo, observamos los resquicios de la superestructura patriarcal de la que Julia intentó emanciparse. Julia había conseguido dejar en claro el sitial de la mujer apartada de las demarcaciones de materia sexual o de juguete decorativo del hombre. Sin embargo, sin proponérselo, vivió en esta relación un amor- dependencia que pertenecía también a ese “tronco viejo” del paternalismo. Idealizó el amor al modo romántico del pensamiento y entregó su libertad toda a un amor que nacía de los apegos aprendidos y no del amor/pureza que el “Río” le había desvelado. Él y yo somos uno. Uno mismo y por siempre en las heridas. Uno mismo y por siempre en la conciencia. Uno mismo y por siempre en la alegría. 30 Julia se funde toda en él, perdiéndose a sí misma. Para ella, no son dos caminando en una misma dirección, es “uno” y la sombra que lo sigue. A ser sombra está llamada la mujer en el hogar patriarcal. Pues en el fondo de esa “dama casera, resignada, sumisa”, yace más que nada la mujer- cuidadora, la que aguanta, sostiene y rescata aún cuando esto suponga aceptar calladamente la indignidad del egoísmo y las utilizaciones de aquéllos a los que sirve. De este modo, el patriarcado, bajo el disfraz de la abnegación del servicio que se le impone a la mujer, le adjudica más bien una devoción servil en la cual realmente subyace el control. Julia, sin proponérselo, fue presa de este apego y este servilismo, en cuyas aguas se perdió toda entera, sin atisbar que en ellas no estaba su “Río”, ni el amor-pureza al que éste le invitaba. Presa del rol de cuidadora Julia dice: Y seré claridad para sus manos cuando se vuelquen a trepar los días, en la lucha sagrada del instinto por salvarse de ráfagas suicidas. Si extraviado de senda, por los locos enjaulados del mundo, fuese un día, una luz disparada por mi espíritu le anunciará el retorno hasta mi vida. No es él el que me lleva… es su vida que corre por la mía. 31 Julia, de este modo, no logra separar el amor- apego del verdadero amor. Desestimó su amor personal y la intimidad de sí para perderse en el otro. De tal decisión resultó su dependencia. Dice: “Una luz disparada por mi espíritu/ le anunciará el retorno hasta mi vida”. En sus versos se traduce una fuerza amorosa que clama por la pureza del amor. Enfocó su destino a su consecución, pero, la decisión de ser constituye a cada persona separadamente. De esta forma “el amor sólo se entrega ante las miradas y acciones de quienes aceptan recibirlas de similar desnudez e indefensión”. 32 Ella, sin embargo, cargó con el peso del no-ser de su amante porque creía atisbar en él su libertad: “Mirarte es verme entera de luz/rodando en un azul sin barcos y sin puertos”. 33 De esta forma, redujo su destino propio a un espacio inmanente, y se perdió. Sobre esto, Emmanuel Levinas explica: “Querer decir la alteridad y la trascendencia en términos de inmanencia constituye una obstinación”. 34 Así, contaminada también de las corrupciones del amor humano, se apodera de ella un vacío existencial que no logra superar. Sumida en esta tragicidad de la existencia compone el Poema para mi muerte, en el que desvela descarnadamente su profunda soledad y desesperanza. Pero el efecto aniquilante de la muerte a la que ahora clama, no es tal. Ella misma lo declara al final del poema aún cuando sus palabras dejaron de pronunciar ya la luz: ¿Cómo habré de llamarme cuando sólo me quede recordarme, en la roca de una isla desierta? Un clavel interpuesto entre el viento y mi sombra, Hijo mío y de la muerte, me llamará poeta 35 . El sentido existencial de Julia va aquí unido a su verdadero destino, aquel que conoció de niña y que le revelaba en susurros el Amor- Pureza al cual supo también cantarle. Por eso, reconoce que “hay un clavel interpuesto entre el viento y mi sombra”. El clavel, aquel silencio de lo sublime que le hablaba al espíritu, le infundió la misión para la que fue llamada “Hijo mío y de la muerte, me llamará poeta”. Más allá de las incursiones de lo impuro a la que todos estamos atados en el tránsito de nuestra existencia, ella cumplió su destino: seguir fielmente a la voz que le hablaba de lo alto: Te había visto en el verde dormido de los bosques maternales y tibios que jugueteé de niña,

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