Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105

24 árboles de naranjos, limones, emajaguas y achiotes. En los montes había palos de tintes y maderas útiles para la construcción. Tanto el militar como el religioso utilizaron expresiones casi similares para referirse a la campiña arecibeña. Miyares expresaba “los campos vecinos son deliciosos” mientras que Abbad la describía como “un país delicioso y alegre” . 11 Casi al concluir el siglo XVIII otro cronista, en este caso el naturalista francés André Pierre Ledrú, visitó el pueblo de Arecibo. Nada de gran importancia dijo éste aparte de señalar un dato sobre la población, que para entonces rondaba por los 5,000 habitantes, y repetir lo que sembraban o criaban los vecinos para vivir. Por lo demás, se limitó a hacer un comentario despectivo sin mucha objetividad científica al sentenciar que los arecibeños eran “tan indolentes como los de Manatí, no saben utilizarse de la posición ventajosa en que los ha colocado la naturaleza”. 12 Y mientras los cronistas se recreaban en describir las poblaciones y el paisaje, las actividades económicas y sus producciones o el carácter de su gente, los obispos, desde su óptica religiosa y moralista, se interesaban por ver más las consecuencias pecaminosas de los festejos pueblerinos. Así el mismo obispo Urtiaga, preocupado por la salud espiritual de los arecibeños, ordenaba que las fiestas patronales fueran más austeras en sus gastos permitiéndose hasta un límite de 30 pesos. Al prelado le habían informado de cómo se conducían estas fiestas, cosa que deja saber cuando declara que: … Por quanto tenemos noticia, que en las fiestas que se hacen en este Pueblo a el Sor. San Phelipe su Patrón, y en otras, se hacen gastos excesivos en comedias y festejos profanos, de que se siguen gravísimos pecados, poca reverencia a los Santos, los quales se ofenden con los referidos desordenes, y gastos… [sic]. 13 Así, pues, tanto los cronistas como los obispos de los siglos XVI al XVIII ofrecen noticias generales del pueblo y su entorno y alguna que otra particularidad de aquella comunidad que se iba gestando. Sin embargo, una de las fuentes documentales que posibilita en mayor grado echar un mejor vistazo a la sociedad de aquellas poblaciones son, sin lugar a dudas, los libros parroquiales. Éstos no son solamente útiles para los estudios genealógicos sino que, además, permiten ver las jerarquías, clases y valores sociales, la esclavitud, las diferencias raciales y condiciones económicas, las devociones personales y ciertas costumbres de la época, así como permitirnos un asomo a una parte importantísima de nuestra historia demográfica. Cada vez que, por negligencia, dejadez o ignorancia, se inutiliza uno de estos libros, sin hacer el más mínimo esfuerzo por rescatarlo del hongo, la polilla o de personas inescrupulosas, se es cómplice de un crimen contra esa historia. Por disposición de las autoridades eclesiásticas, durante el Sínodo celebrado en 1645, las parroquias de la diócesis de Puerto Rico estaban obligadas a llevar libros en que se habrían de registrar los bautismos, matrimonios y entierros efectuados. 14 Pero la realidad es que, aunque Puerto Rico tiene varias parroquias que fueron fundadas con anterioridad a esa fecha o se erigieron durante el curso del siglo XVII, quedan muy pocos libros parroquiales de ese período. San Juan y Coamo tienen los más antiguos. Cayetano Coll y Toste consigna que por investigaciones hechas por Eduardo Neumann se sabe que el libro segundo de bautismos de Coamo se iniciaba en julio de 1646. 15 San Germán, con ser una parroquia muy antigua, no conserva libros de esa época. Lo más antiguo que se ha encontrado de San Germán son unos 30 folios que contienen poco más de un centenar de actas bautismales del año 1739. 16 En otras parroquias de la Isla sus libros más antiguos datan de los siglos XVIII y XIX, épocas en que se fundaron muchos de nuestros pueblos. La parroquia arecibeña tenía ya casi tres décadas de existencia cuando se efectuó el Sínodo, en 1645. Esto hace suponer que ya para ese entonces debían de existir algunos en la parroquia, pero tal parece que no fue así. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVII se entiende que comenzó la práctica de llevar libros e ir desarrollando un archivo parroquial. Sin embargo, cuando se produce la visita pastoral del obispo Pedro de la Concepción Urtiaga, en 1707, éste se percata de que había habido un mal manejo de documentos y libros y, por ende, el archivo parroquial era virtualmente un desastre. Así lo expresa en sus propios términos: …Por cuanto hemos hallado execrable descuido y desorden en los Curas antecedentes, tocantes a los libros, Escripturas de Capellanías, resultas de Visitas, Padrón de los Feligreses, repartimientos, asientos de sepultura, obenciones de la Parrochia, Cartas Pastorales, ordenes y autos de el Prelado y otras cosas que deven estar a el cuidado de el Cura que la sirve, Teniendo todo en la decencia y seguridad que se requiere… [sic]. 17 Esto explicaría por qué los libros sacramentales de ese pueblo no se inician sino hasta casi cumplida una década después de iniciado el siglo XVIII. Por ejemplo, los primeros libros de Bautismos y Matrimonios comienzan en 1708. El libro de Confirmaciones comienza en 1713. Y el libro donde se asientan las actas de entierros se inicia en 1714. Algo parecido ocurre en Ponce, pues el historiador Eduardo Neumann, quien tuvo la oportunidad de examinar los libros más antiguos, señalaba que éstos abrían con fecha de 1712 a pesar de que la parroquia sureña había sido erigida por virtud de una Real Cédula en 1692. 18 Sin embargo, Fray Íñigo Abbad y Lasierra parece dar la explicación a este hecho. Y es que a pesar de que la citada Cédula autorizaba el que las iglesias de Coamo, Arecibo, Aguada y Ponce se constituyeran en parroquias colativas, tal parece que esto no se puso en vigor sino hasta 1713. Hasta ese momento las iglesias de los últimos tres pueblos eran meramente capellanías rurales, según señala el ilustre fraile benedictino. 19 Así, pues, si existieron libros previos a esas fechas tal vez el tiempo los deterioró. En el caso de Ponce se sabe que los más antiguos desaparecieron durante un voraz incendio el 25 de septiembre de 1880.

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