Koinonia | 2005-2006

La verdad sobre el código Da Vinci 122 instintos, el ser humano es un ser de deseo. Una vaca puesta en un prado de hierba fresca no hará nunca jamás más que comer hierba fresca, no tiene otra opción: es un instinto, es una ley inexorable de su ser. El ser humano no es así. El ser humano tiene deseos desde que nace, pero en gran parte aprende a desear imitando, tiene deseos aprendidos. Nosotros aprendemos a desear, imitando lo que desean los demás: esto es un fenómeno que deberíamos ser capaces de reconocer inmediatamente en nuestras vidas; basta pensar en el fenómeno de la moda. Algo que sea aprobado por la mayoría nos atrae poderosamente y eso no es ningún mecanismo mágico, es nuestra naturaleza imitativa. Nosotros tomamos prestado los deseos de los demás. Esto no quita para que seamos seres libres: nosotros podemos elegir a quien imitamos, pero no podemos evitar imitar. Lamento dar esta mala noticia a aquellos que pensaban que se daban a sí mismos de forma soberana todos sus deseos. “Yo deseo lo que quiero desear”: no, no deseamos lo que queremos desear, o más bien, deseamos aquello que desean a quienes nosotros admiramos, en gran parte es así. Evidentemente el hombre es un ser libre, pero no es un ángel, es un ser que está determinado por sus limitaciones corporales, históricas, temporales. Y este ingrediente de ser un ser de deseo, un ser que imita y que puede elegir a quien imita está plasmado en unos refranes de la lengua castellana que son bastante gráficos: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”, decimos en España. Y esto no es simplemente decir: “bueno, es que hay unos Vicentes -que me perdonen si hay alguno aquí presente- que son borregos y el resto no lo somos”. No, es que somos así, es que si estamos por la calle y vemos un montón de gente mirando hacia un lado nosotros también tendemos a mirar. Es así, pero esto no es ni malo ni bueno. Hay que comprender que es así, porque si comprendemos que es así podemos gobernar este proceso que está puesto en nosotros por Dios para facilitar nuestra supervivencia. Nosotros no tomamos decisiones constantemente sobre lo que deseamos, nosotros hemos elegido unos deseos y los secundamos. Es muy importante descubrir este mecanismo porque la literatura es uno de los canales por los cuales nosotros tomamos prestados los deseos de una forma más eficaz. Decía Azorín, el gran escritor Valenciano, una frase quizás un poco exagerada, pero muy ilustrativa: “Las lecturas que hacemos con el propósito de formarnos, no son en realidad lecturas. Las lecturas buenas, las verdaderamente formativas, son aquellas que hacemos con el único propósito de pasar un buen rato.” ¿Qué quería decir con esto? Pues, que cuando nos entregamos a la lectura de un libro de historia o de nuestra asignatura más favorita o de algún tema de estudio, nosotros tenemos todo nuestro sistema crítico despierto, alerta;

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=