Koinonia | 2005-2006

La verdad sobre el código Da Vinci 123 estamos dispuestos a detectar cualquier incorrección, cualquier falta de lógica en el discurso, cualquier falsedad y nosotros examinamos y decimos: “esto es cierto, esto no es cierto”. Sin embargo, cuando nosotros nos disponemos a abrir las páginas de un libro para entretenernos –y todavía más cuando nos disponemos a ver una película, o a ver un programa de televisión- nuestras expectativas racionales nos dicen que no vamos a aprender nada. Por lo tanto, nuestro sistema crítico, racional (nosotros hemos sido dotados de ese sistema crítico, por Dios en el día en que nos creó: insisto en que esto no es un accidente que ocurre en algún periodo de nuestra educación; nosotros nacemos racionales y nacemos con los medios suficientes para preservar nuestra racionalidad), ese sistema crítico delante de los productos de entretenimiento normalmente está relajadísimo. Nosotros tomamos una novela y lo único que le pedimos es que nos haga pasar un buen rato, pero lo que ocurre es que precisamente en ese momento somos más perceptivos, somos más “porosos”, más imitativos que en ningún otro momento. El aceptar nos cuesta muchísimo cuando se trata de una discusión formal o de un proceso formal de transmisión del saber; nos cuesta porque nosotros pretendemos juzgar antes que aceptar. En cambio, cuando nosotros estamos entregados a un producto de entretenimiento somos paradójicamente mucho más perceptivos de lo que creemos. ¿A qué viene esto? El Código da Vinci es una novela, pero en realidad son dos. Tenemos una trama principal que es la que se ha vendido. Hay tres protagonistas principales Sophie Neveu, Robert Langdon y Leigh Teabing, que protagonizan una serie de avatares, de vicisitudes, de episodios en el curso de veinticuatro escuetas horas. Hay muy poca gente que se da cuenta, al leer la novela, de que cuando han leído todo el grueso del volumen, en realidad esas quinientas y pico de páginas solamente describen lo sucedido en veinticuatro horas, veinticuatro frenéticas horas (factor éste que contribuye a crear una sensación de vértigo en el lector, porque cuantos más hechos suceden en menos tiempo, menos capacidad tiene uno de dedicarles el tiempo y la atención debida). Suceden un montón de cosas. Van correteando de un sitio para otro, la policía les persigue,… es el esquema clásico de una novela digamos de aventuras, pero esto no es todo. Por debajo de esta trama principal va prendida una trama secundaria que en sí constituye un libro perfectamente separable. Si nosotros tuviéramos el libro de Dan Brown en formato Word o en un formato de texto informático cualquiera, podríamos ir con el cursor seleccionando párrafo a párrafo y asignándolo bien a la novela de aventura, bien a la novela secundaria de tesis, una

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=