Koinonia | 2005-2006

La verdad sobre el código Da Vinci 125 mentira. Dan Brown declara en la primera página de su novela que todos los datos de la antigua historia, del arte, de los simbolismos, son verídicos. ¿Entonces estamos delante de una novela o delante de qué estamos? Porque el lector ya está predispuesto a no saber donde empieza la ficción y donde empieza la realidad cuando se encuentra con una enormidad del tipo: “Está absolutamente demostrado que Leonardo da Vinci era homosexual”. ¿Esto es verdad o es mentira? Pues claro: lo peor que hay en el mundo es la equivocidad, la ambigüedad. Yo no sé donde empieza la verdad, donde empieza la mentira. ¿O es que acaso esto es verdad, pero no es verdad que Jesús fuera mortal, simplemente mortal, sólo un hombre? ¿O esto si es verdad y lo que no es verdad es que la pirámide del Louvre tiene 666 paneles? ¿Qué es verdad, qué es mentira? La perplejidad se adueña del lector. Lo que ocurre es que hay un efecto anestesiante que es precisamente esta trama principal ligerísima, livianísima, que atrae la atención del lector porque está precisamente marcada por el sello de la trepidación, de la velocidad. ¿Han visto un espectáculo de prestidigitación? Precisamente en esto consiste el arte de la prestidigitación (si es que es un arte), consiste en distraer la atención con un tipo de actividad para hacer otra y sacar un conejo de la chistera. Esto es lo que hace Dan Brown con una intencionalidad terrible. Pero a mí me interesa resaltar no tanto la maldad o la rabiosa intención de este individuo -que a mí me parece que queda patente y tampoco tiene mayor relevancia- cuanto la ingenuidad, el estado de nuestra inteligencia, el estado del público lector occidental, cristiano y no cristiano: porque sostener que el emperador Constantino constituyó la religión cristiana en el año 325 de la nada es una enormidad, para un católico y para un budista. Lo que pasa es que para nosotros además tiene un componente añadido evidentemente, que es el ataque a los cimientos históricos también de nuestra fe. Nuestra fe es una fe sobrenatural que viene directamente de Dios a cada uno de nosotros y, sin embargo, es una fe histórica. Una fe que ha sucedido. Jesucristo no es, como quieren todos los gnósticos, simplemente una voz que transmite un mensaje. Es un cuerpo, es la encarnación del Verbo. Esto es algo que no se encontrará jamás ni en el evangelio de Felipe, ni en el de Tomás, ni en el de Pedro, ni en ninguno de los evangelios gnósticos, que, por eso, son simplemente discursos sostenidos por personajes. Lo que interesa es el discurso, es un gran discurso largísimo. Pero nunca resulta que Jesús fuera por un campo un sábado en medio de un campo de espigas: eso no existe porque a un gnóstico le da absolutamente igual la creación. Pero a un cristiano no. A mí me interesa que Jesucristo cruzara un campo de espigas en sábado, me interesa, el Verbo lo hizo.

RkJQdWJsaXNoZXIy NzUzNTA=