Koinonia | 2005-2006

Es la hora de sacudir la pereza y la somnolencia 28 La contemplación de María, asunta a los cielos, nos llena de profunda alegría ya que la que fue y es Madre de Dios, aquélla a través de la cual se nos dio a Jesús, hoy la contemplamos en la gloria para siempre, como el fruto de la redención más querido de su Hijo. María, que desde el momento de su concepción había gozado de los favores de Dios, que la preservó de todo pecado en previsión de los méritos de su Hijo, al momento de su partida de este mundo, Dios la preservó así mismo, de la corrupción del sepulcro, con su asunción en cuerpo y alma a los Cielos, y haciéndola participe de la gloria de Cristo resucitado, que Jesús había mostrado en el monte Tabor a los discípulos. La contemplación de la obra de Dios en María es, sin duda, motivo de profunda alegría y de acción de gracias por los dones concedidos a María; pero al mismo tiempo es anticipo de los bienes que Dios concede y concederá a su Iglesia. La asunción de María llena el corazón de una gran alegría. Es la fiesta de nuestra Madre. Ella abre el camino al Padre. Nuestra Madre está en el cielo. Y desde allí nos mira y conoce nuestras alegrías y esperanzas, nuestras tristezas y desánimos. Ella intercede y nos acompaña. Es la Madre que nos ama entrañablemente, que nos espera y es en todo momento "vida, dulzura y esperanza nuestra, mientras permanecemos en este valle de lágrimas. María señala el camino, abre el camino. Nos indica cuál es la meta hacia la que dirigirnos, y nos ayuda a descubrir el sentido de nuestra vida. María, la mujer sencilla, llena de Dios y de gracia, nos contagia su alegría. Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada. Querida facultad, queridísimos estudiantes, administradores y todos cuantos de una u otra manera son o forman parte de la familia universitaria de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, no podíamos haber escogido mejor espejo en el que mirarnos, ni proponer mejor modelo que seguir, al inicio del nuevo curso, que María Asunta al Cielo. Ella es estímulo para escalar las más altas cimas que el hombre puede anhelar. Si de Cristo se dice en verdad que es el hombre perfecto, de María podemos decir que es la mujer perfecta, la imitación predilecta de Dios. En la presentación del libro de Juan Pablo II, Memoria e Identidad , se habló del humanismo cristiano, como el único que en verdad encarna la

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