Koinonia | 2005-2006

Memoria e Identidad 48 devastadora que está destruyendo la cultura espiritual, humanista del hombre moderno, sobre todo del hombre europeo y occidental. El influjo del relativismo moral contemporáneo es, según Karol Wojtyla, “potencialmente devastador” (p. 34): “ Después de la caída de los sistemas totalitarios, las sociedades se sintieron libres, pero casi simultáneamente surgió el problema de fondo: el uso de la libertad... El peligro de la situación actual consiste en que en el uso de la libertad, se pretende prescindir de la dimensión ética, de la consideración del bien y el mal moral. Ciertos modos de entender la libertad, que hoy tienen gran eco en la opinión pública, distraen la atención del hombre sobre la responsabilidad ética. Hoy se hace hincapié únicamente en la libertad. Se dice que lo importante es ser libre; serlo del todo, sin frenos ni ataduras, obrando según los propios juicios, que en realidad, son frecuentemente simples caprichos. Ciertamente, una tal forma de liberalismo merece el calificativo de simplista. Pero, en cualquier caso, su influjo es potencialmente devastador ”. Perder un criterio objetivo para juzgar la libertad humana, un criterio divino, es perder el factor limitante al positivismo voluntarista del hombre que busca dominar al otro, esclavizar a los demás. Kant, dice Wojtyla, criticó a los utilitaristas anglosajones cuya teoría ética es la que goza de favor en la opinión pública moderna, pero no supo superar el subjetivismo racionalista (pp. 36-37). No existe libertad sin la verdad y la Iglesia es receptora de la verdad que Cristo le ha encomendado hacer llegar a todos los hombres que aun sin saberlo, buscan y aspiran a la liberación de la Redención. El abuso de la libertad, que es en el fondo el rechazo del hombre de dejar que Dios sea Dios y la tentación de hacerse dios a sí mismo, dio fruto a los sistemas totalitaristas del siglo XX y anima el hedonismo economicista de la democracia mal entendida de hoy. Hoy resurge el rechazo de Cristo que ya se vio en el nazismo y el comunismo (p. 47). Nuestra civilización no es teóricamente atea pero vive y actúa como si Dios no existiera, pretendiendo en el cientifismo encontrar las nuevas referencias a lo que es bueno y es malo. Estas corrientes de pensamiento disponen de enormes medios financieros a escala mundial. Estamos ante otra forma de totalitarismo falazmente encubierto bajo las apariencias de democracia (p. 48). No desperdiciemos los sacrificios y lecciones aprendidos en el siglo XX. No perdamos la memoria de lo acontecido, porque arriesgaremos la pérdida de la identidad propia,

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