Koinonia | 2005-2006

Memoria e Identidad 50 Herranz especifica en términos jurídicos esta visión de Wojtyla de lo que le sucede a una democracia cuando se desnaturaliza, es decir, cuando pierde su fundamento en una moral objetiva que a su vez es reflejo de la dignidad y dignidad del ser humano como imagen de Dios. Estoy hablando de la interpretación del liberalismo radical y del laicismo antirreligioso que idolatra su vaca sagrada, el dogma político de los constitucionalistas antirreligiosos de Estados Unidos pos 1940, del Puerto Rico y de la España actual, la separación de Iglesia y Estado, de moral y ética, de hombre y Dios: “ La ética laica y el positivismo jurídico estricto (es decir, el que rechaza los postulados de la ley ‘escrita en el corazón de cada uno’, ya intuida y razonada por la filosofía griega y por el derecho romano al margen del Decálogo y antes de la Revelación cristiana) propugnan una separación entre la ‘moral privada’ y ‘ética pública’. La ‘moral privada’ se funda en los principios filosóficos particulares o en las convicciones de cada individuo y, por eso, debería ser circunscrita al ámbito y al juicio de la conciencia personal de cada ciudadano; en cambio, la ‘ética pública’ sería la que es determinada únicamente por el consenso mayoritario de la comunidad, es decir, por la verdad convencional... La ética pública sería la única fuente de los valores capaces de ofrecer democráticamente una estructura moral a las leyes, y, consiguientemente, al ejercicio legítimo de la verdad ” (op. cit. 0. 7). Es por eso que nos encontramos en la situación que amenaza con un totalitarismo supuestamente libertario, la verdadera felicidad y bienestar del hombre contemporáneo. Una ley verdaderamente justa no puede apoyarse en una verdad convencional, opinable, sin referencia a la verdad ontológica del hombre. El pensamiento ‘light’ sobre la verdad del hombre, nos lleva a un desastre moral y jurídico no sólo en la dimensión personal individual sino en la social. El derecho actual “aunque se lo quiera llamar democrático y basado en una ética pública, (acaba siendo) antinatural, esencialmente inmoral, instrumento de un fundamentalismo laicista, es decir, de un ordenamiento social totalitario, muy lejano del recto concepto de laicidad del Estado” (op cit. p. 8). No se puede defender la legitimidad de un derecho positivo divorciado de la moral, es decir, de la misma verdad sobre el hombre que determina los contenidos y límites de la libertad del hombre.

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