Koinonia | 2005-2006

Memoria e Identidad 51 Karol Wojtyla está alertando sobre las trampas del totalitarismo encubierto de libertad que ha desarrollado unas democracias desnaturalizadas que van produciendo un hombre espiritualmente empobrecido, socialmente ajeno al bien común, desconocedor de un concepto del bien común que no sea un egoísmo disfrazado: el Estado se pone al servicio de los caprichos de sus ciudadanos y los subvenciona, defienda y hace derechos suicidas literalmente. Comenta Wojtyla: “( Esta) ideología del mal, (es) tal vez más insidiosa y celada (que el nazismo y el comunismo), ya que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia. ¿Por qué ocurre eso? ¿Cuál es la raíz de estas ideologías post-ilustradas? La respuesta, en realidad, es sencilla: simplemente porque se rechazó a Dios como Creador, y, por ende, como fundamento para determinar lo que es bueno y lo que es malo. Se rehusó la noción de lo que, de la manera más profunda, nos constituye seres humanos, es decir, el concepto de naturaleza humana como ‘dato real’, poniendo en su lugar un ‘producto del pensamiento’, libremente formado y que cambia libremente según las circunstancias ” (p. 12). La ideología dogmática libertaria, expresada por los revolucionarios franceses en su “ Liberté, Egalité, Fraternité, ou la mort ”, ha llegado en nuestros tiempos a un relativismo moral que socava los principios de una democracia sana al servicio del verdadero bien del hombre, fundada en la ley moral natural. Los derechos del hombre deben referirse a lo que el hombre es por naturaleza y en virtud de su dignidad de criatura de Dios, no a las expresiones de opciones subjetivas propias de los que gozan del poder en el Estado o los que obtienen el consenso manipulado de una mayoría, lo que se llama la verdad convencional, artificial, (vea Herranz, p. 7). Hitler, recordemos, llegó al poder por medios democráticos... La historia reciente, insiste Wojtyla, nos indica que el hombre no es el mejor custodio de la dignidad del hombre, sino que Dios es el verdadero y último defensor de la dignidad del hombre. Los seudo humanismos ateos, o agnósticos, sean el nazismo, el comunismo o el liberalismo radical, son profundamente anti-humanos porque hacen depender la dignidad del hombre de la determinación del partido o de la mayoría parlamentaria, no de un garante más confiable y objetivo. Pasemos brevemente al tema de la tercera y cuarta parte del libro: el pequeño tratado teológico sobre el concepto de patria, de nación y su

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