Koinonía 2006-2007

Amor: irresistible promesa de felicidad 31 atribuir un sujeto a un predicado libremente si hay evidencia. No puedo pensar conscientemente y rectamente que 2 más 2 son 3, porque es evidente que son 4. La evidencia me priva de la libertad. Ahora, Dios no es evidencia. Si fuera evidente, yo no sería libre. Dios me amarraría. Soy libre porque Dios no es evidente. Dios es la felicidad, pero no lo veo, y entonces tengo un sin fin de cosas que me pueden atraer y que puedo hacer. El camino para esa felicidad: es el amor, es el matrimonio. Esto es lo que el hombre puede entender. Los griegos llamaban eros a ese amor del hombre por la mujer; que no nace del entendimiento, ni siquiera de la voluntad dirigida por el entendimiento. Es como un volcán que tenemos dentro, una tendencia casi irresistible del hombre a la mujer y de la mujer al hombre; el eros , la chispa que viene de un dios que nos arrastra, que nos sublima; una borrachera que el hombre tiene, un encantamiento. Ese era el eros de los griegos. Por eso, cuando el dios ha dejado esto en la tierra, era como una reserva interior por la que el hombre podía llegar a la felicidad, el camino de lo erótico, de lo que encandila, de lo que está por encima de las fuerzas nuestras. De ahí también viene la gran dificultad de Nietzsche, compatriota del Papa Benedicto XVI, que dice que la Iglesia Católica, el cristianismo echó una copa de veneno en el eros , que no logró matarlo, pero logró convertirlo en vicio. En conclusión, gran parte de los griegos, los filósofos y toda la gente intelectual y los no intelectuales, vieron en el eros , en la carne sublimada, como una inclinación a lo más alto que el hombre puede sonar en cuanto a gozar en la vida. Y eso llevó a la prostitución idolátrica, llevó a que en el templo, en el culto entrara la prostitución en primer plano. La mujer servía como objeto sexual, para que el hombre se encendiera y fuera a ese mundo ideal siempre, irresistible, del amor carnal. Ahora bien, esta palabra eros nunca salía en el Nuevo Testamento, dice Benedicto XVI. Sale sólo dos veces en el Antiguo Testamento, en el Nuevo nunca. En el Nuevo Testamento está la palabra filía , amistad, como Cristo con los discípulos; y la palabra ágape , el amor espiritual, puro, que viene de Dios y nos lleva a Dios. Sin embargo, ese amor erótico, carnal, ese amor que nos enciende, ese amor que es casi irresistible, ese amor que es necesario en la vida, no se puede nunca ni amortiguar de manera radical, ni menos excluir de la vida. Por eso, cuando uno lee la Encíclica, se da cuenta que Benedicto XVI ha metido este amor en el corazón de Dios; y él ha sentido, de seminarista, lo confiesa, la atracción casi resistible, la tendencia a la mujer. Eso es muy buena cosa. Digo a la gente: para ser cura, a uno le tienen que gustar

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