Koinonía 2010-2011

“Communio” de Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar, Angelo Scola, Christoph Schömborn y Joseph Ratzinger. Este último será nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en noviembre de 1981, solo dos años después de la elección de Juan Pablo II, al cual sucederá como papa en 2005. El trabajo como lugar de santificación personal La concepción del trabajo constituye el punto discriminante entre la economía ortodoxa y el pensamiento social cristiano. La primera considera el trabajo en términos microeconómicos según una lógica de trade-off entre horas gastadas en la fatiga del trabajo y horas dedicadas al tiempo libre y, en términos macroeconómicos, según una lógica de encuentro entre demanda y oferta de trabajo para una determinada figura profesional. Desde el punto de vista del contenido, el trabajo es concebido como un peso que hay que soportar para hacer posible el consumo. Por otra parte, la Iglesia afirma desde siempre la primacía del trabajo sobre el capital. En base a esta convicción León XII enfatizó la urgencia de garantizar condiciones de vida dignas a los trabajadores en el contexto de la revolución industrial. La introducción de poderosas máquinas tecnológicas en la realización de procesos productivos, en efecto, había aumentado vertiginosamente la productividad de las empresas y tendía a asimilar a los obreros con unos autómatas que llevaban a cabo tareas repetitivas y mecánicas a través de la cadena de montaje. En el aniversario de los noventas años de la Rerum novarum , el Papa Juan Pablo II publica otra encíclica social titulada Laborem exercens. En este documento él reafirma la enseñanza de sus predecesores profundizando en los orígenes bíblicos y evangélicos. En las sagradas escrituras el hombre creado a imagen y semejanza de Dios es encargado de someter la tierra y llamado a multiplicarse. En otras palabras, la vocación del hombre consiste en utilizar los recursos de la creación al fin de conseguir una vida buena para sí, para la propia familia y para la comunidad entera. La centralidad de la persona humana, sin embargo, no significa la promoción de una visión del ser humano como artífice del propio destino, sino más bien como colaborador del Señor. El Dios cristiano, en efecto, es un ser viviente y personal y, en cuanto tal, actúa en el presente, cooperando con los hombres según sus designios misteriosos. Por esta razón, en la prefación del texto Juan Pablo II escribe: “ El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente

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