Koinonía 2010-2011

el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo, el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza” ( Laborem exercens, Introducción). Para Juan Pablo II, pues, la vida humana es co-existencia con los demás y con Dios, en una perspectiva de valorización de la dignidad y de la personalidad de todos y de cada uno. Podemos, de este modo, comprender el énfasis puesto por el Papa Wojtyla sobre la dimensión subjetiva del trabajo. En la realización de su tarea la persona se vuelve de algún modo “más persona” porque comprende la belleza de la realidad, comprende su funcionamiento y participa creativamente en su transformación para el bien propio y ajeno (Wisman, 1998). En el trabajo se tejen relaciones humanas que forjan la personalidad de cada uno y lo educan a compartir. En la pertenencia a una comunidad se aprende prácticamente a desarrollar la propia tarea con generosidad y abnegación. En esta perspectiva, Juan Pablo II aprecia la constitución de sindicatos de trabajadores y de formas de participación de los dependientes en los resultados económicos de la empresa. Dado que la posibilidad de asociarse constituye un derecho natural, el papa polaco recomienda a los trabajadores no limitarse a la legítima defensa de sus intereses (reglamentación de las horas de trabajo, del descanso, del salario justo), sino a tratar también de experimentar la belleza de la comunión de los bienes. No enfatiza pues, ni el tipo de trabajo, ni los resultados obtenidos; lo que cuenta es la mirada positiva de la persona hacia el trabajo. Por otra parte, Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, trabajó como carpintero al lado de su padre hasta los treinta años. Esto nos indica la dignidad absoluta del trabajo manual que en la cultura de aquel tiempo era considerado una actividad propia y exclusiva de los pobres y de los esclavos. Según Juan Pablo II, la persona consigue a través del trabajo un cumplimiento verdadero y exhaustivo, a pacto de que se acerque al trabajo con la conciencia de que la realidad es un don de Dios y de que su esfuerzo adquiere significado solo en una óptica de ofrecimiento a Dios y, de reflejo, a los otros hombres. En caso contrario, el trabajo se reduce, como sostiene la economía ortodoxa, a un simple instrumento para sobrevivir, adquirir bienes y servicios, perseguir un status social y responder a las exigencias materiales del individuo. Sin embargo, esto implicaría una reducción del deseo del cumplimiento total que toda persona cultiva en su corazón. Sería, de todas maneras, algo

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