Koinonía 2010-2011

A todo esto, es necesario añadir la situación dramática de la cuestión ecológica . La degradación constante del ambiente y el uso de los recursos naturales no renovables a un ritmo siempre más sostenido, imponen la necesidad de repensar el modelo de desarrollo económico, todavía más urgente si se piensa en las necesidades de las generaciones futuras. Sin embargo, Juan Pablo II tiene siempre el cuidado de no reducir el problema del desarrollo a un simple cálculo económico y técnico. A su juicio, es necesario tener presente que el desarrollo tiene que ver sobre todo con los aspectos sociales y espirituales de la vida. De esto consigue que la justicia social constituya un objetivo imprescindible pero insuficiente, porque a cada hombre y a todos los hombres no les puede faltar una mirada caritativa . En un contexto histórico en el cual empieza a emerger la interdependencia y la interrelación entre las naciones y los pueblos, Juan Pablo II enfatiza, por lo tanto, la exigencia de difundir capilar y globalmente las virtudes civiles y cristianas. La libertad personal como instrumento de desarrollo económico responsable En 1991 Juan Pablo II escribe la encíclica Centesimus annus para conmemorar el primer siglo de historia del documento social de León XIII. Se trata de la ocasión para un juicio histórico sobre la lógica de la “guerra fría”, a la luz de los hechos consecuentes a la caída del muro de Berlín en 1989. En efecto, Juan Pablo II analiza lucidamente los errores teóricos y prácticos del socialismo real, cuya naturaleza es, sin duda, antropológica porque está relacionada con el fenómeno del ateísmo y del racionalismo. Sin embargo, sus repercusiones han recaído dramáticamente en el plan social y económico. La visión materialista del ser humano niega la existencia de una vocación de la persona a la trascendencia. En cambio, esta característica, junto a la razón y a la inteligencia, es la distintiva del hombre respecto a los otros animales y es el instrumento mediante el cual el hombre puede cumplir el propio deseo de bien. Aunque la justicia social constituya un objetivo prioritario, Juan Pablo II sostiene que la felicidad de la persona está ligada al reconocimiento del amor gratuito de Dios hacia ella. En la relación de la libertad con la verdad se juega entonces la realización de cada hombre y de todos los hombres (Buttiglione, 1992). La pretensión positivista de eliminar la categoría de la verdad del ámbito de la vida personal y social significa, por lo tanto, rechazar la posibilidad del bien, de la belleza y de la bondad ofrecida por la propuesta cristiana. Por esta razón, la libertad política y la libertad económica de las personas deben ser garantizadas siempre pero, al mismo tiempo, ser ejercidas dentro de un marco jurídico y normativo determinado por el respeto a la

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