Revista Horizontes: primavera/otoño 2010 | Año LIII Nums. 102-103

29 El psicoanálisis, por su parte, propone que las cosas que queremos las proyectamos hacia el otro. En el caso que nos ocupa, hacia el campesino. Tierra, Pan y Libertad ha sido por décadas la consigna de un partido político en Puerto Rico. De hecho, fue inspirado en el campesinado de la montaña y donde dicho partido político ejerció la mayor influencia desde su génesis. La comunidad palmasoleña acrecienta tal proyección psicológica. Por un lado, el citadino ha renunciado a ese sueño creído y ha adoptado la fantasía del mundo del progreso capitalista democrático. Algunos han ido más lejos: se han lanzado a cruzar canales, mares y océanos sin sopesar cabalmente el peligro con tal de ir en pos del mito del gran sueño americano en Estados Unidos de Norteamérica, incluido en Puerto Rico, o en búsqueda de la prosperidad económica en algún país de la Comunidad Europea. Para la gran mayoría de dominicanos en la diáspora –como para miles de puertorriqueños, igualmente– la cruda realidad será descubrir que el gran sueño americano no es para todos, ni el progreso económico es alcanzable. Pareciera que el campo es un lugar donde uno no tiene que abdicar su deseo. Sin embargo, el hombre urbano lucha internamente con esa dicotomía que le produce la persona del campo, por un lado y, por el otro, el estado de cosas en el centro del progreso y el poder. Una estrategia es la de construir y cultivar un aborrecimiento hacia los que han logrado estar y desarrollar la “comunidad soñada”. El grupo de la cultura prevaleciente resiste al palmasolano por éste ser libre y auténtico. La animadversión liborista es un síntoma de una crisis dentro de la cultura generalizada que se enmarca en un conflicto entre el deseo de tener y el deseo de ser libre. El imaginario sobre la comunidad utópica lograda en Palma Sola es la huella externa del carimbo de las renuncias y cancelaciones físicas y emocionales que ha hecho el que tiene para llegar a tener. Según la teoría del deseo psicoanalítica, esto le recuerda su castración, a lo que ha sido reducido. Es evidente que la proyección del campo y de Palma Sola es irreal. La existencia en el campo y en Palma Sola es dura, de carestías innúmeras; de miedos múltiples. El palmasoleño dispone de sus deseos de libertad y abundancia frente al poder de los que manejan los misterios de gracia, frente al poder de la policía y de las instituciones estadales. La miseria económica era palpable en Palma Sola. D. Bautista testimonia: ...autoridades civiles y militares... iban [a Palma Sola] y veían y nada hacían ni a favor ni en contra de los mellizos y sus seguidores, pues lo único que se veía eran calvarios rodeados de gente pobre de cultura, de escasos recursos económicos y de aspecto destrozable tal vez por la miseria que siempre reina en los campos o tal vez por falta de educación que era bastante en nuestros campos en aquellos tiempos y aún todavía. Para quienes tuvieron corazón humano de ver a los seguidores de Liborio era algo que le conmovía el alma a pesar de la alegría que reinaba entre ellos... parecía como si hubiéramos vuelto a la época de los indígenas (2007, p. 91). Con todo, la comunidad libertaria y próspera utópica lleva a los que ostentan el poder a matar a palmasoleños. Así, al interior de su psiquis, comprueba que su elección –de renunciar a la libertad y vida sencilla a favor de la urbe, la prosperidad y el prestigio– era la única opción. Por otro lado, el discurso difamatorio contra el palmasolano liborista propicia mirar o reducir a este a un galipote . Permite tal discurso dar curso a echar suertes para ver quién va a la caza y quién caza más –sin tener que sentir ni tener culpa por ello. Como al lugaru , –y es parte del imaginario social que el perro encarna en el Caribe al legendario lobo de la leyenda licantrópica universal– hay que cazarlo; el palmasoleño, el nuevo lugaru, merece la muerte. En este contexto, cabe recordar que, según el documento testimonial de Bautista citado, la mayoría de los creyentes en Liborio usaban un pedazo de madera de un árbol conocido como Palo de Cruz. De conformidad con los ritos de esta creencia religiosa popular, el palo era bendecido por los que poseían el don de develar los misterios; en Palma Sola, por los Mellizos. Había que cortar la rama del árbol un viernes santo o cortarla con un arma blanca que hubiese sido bendecida con agua y sal. Creían que el palo servía para espantar a los brujos. Y parte de la creencia popular de la región es que el Palo de Cruz, una vez pasa por el ritual de bendición, la persona que tenga el palo es inmune a los brujos y a los lugarus. Dicho de otra manera, quien tenga un palo de cruz bendecido puede enfrentar a un lugaru porque este es vulnerable a dicho árbol. En Palma Sola no le sirvieron en esa ignominiosa Navidad. Prevalecieron las balas y los gases lacrimógenos (Bautista, 2007, p. 91) De hecho, las fuerzas políticas partidistas, gubernamentales y policíacas argumentaron que el palmasoleño tenía machetes y palos con las que atacó a las fuerzas del orden público. El palo a que se referían era a este palo “salvífico”, propio de su ritual religioso como lo sería el rosario o el agua bendita. John Bartlow Martin, embajador norteamericano en la República Dominicana de 1962 a 1964, afirmó en su libro El destino dominicano : Lo que sucedió después de aquello no fue una batalla sino una carnicería. Cass y Long contaron 44 cadáveres de cofrades. Algunos habían sido asesinados en sus cabañas. Otros estaban en el camino de salida, se los llevaban prisioneros y luego los mataban en venganza. Muchos de los muertos eran viejos, más dos mujeres y un niño. Cass y Long estaban seguros de que habían perseguido a muchos otros y de que los habían matado en las montañas. También habían quemado las chozas con los cuerpos

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