Revista Horizontes: primavera/otoño 2011 | Año LIV Núms. 104-105

7 Claro de luna -arrobada ciguapa- en la ribera . Una noche oscura produce una sensación similar al de una casa con el hijo ausente: Noche sin lumbre. Sin mi niño en la casa ¡cuánto frío! La vocación humanizante aflora en este haikú, prendido de pena: Sueño sin norte vestido por el viento: un niño solo . Un pedazo de San Juan de la Maguana, en la visión lírica de nuestra poeta, encierra el encanto del mundo: Brizna del Sur, ¿viste toda la tierra bajo tus pies? El sentido telúrico conjugado con el sentido afectivo, signo de lo divino mismo: -¿Cuál canción, brizna, oye el viento del Sur? -La del corazón. El anhelo profundo de la autora, que se emociona ante el paisaje, canta el esplendor de lo viviente y añora una gota del rocío divino en su corazón: “ Si quedara una brizna con gotas de rocío en el otoño …” El monje escribe haikús para decirle al mundo que la Naturaleza es la obra de Dios y que el mismo Dios puso un poco de sí en cada rincón del mundo. La autora de estos haikús nos dice desde el alma, que lo contemplemos y lo disfrutemos. Quien tiene talento para la creación ha de plasmar ese hermoso don y hacer lo que ha hecho Virginia Díaz: cantarle a la Creación con la pasión del corazón y el sentimiento del alma. Son varios los rasgos que puedo apreciar en estos singulares haikús de Virginia Díaz, que revelan los siguientes aspectos: 1. Valoración de lo viviente para plasmar a través de fenómenos y elementos una huella de la Energía que sostiene el Mundo. 2. Coparticipación de la Naturaleza en la que descansa su percepción singular y peculiar de lo existente. 3. Vivificación de los elementos naturales como expresión del entusiasmo lírico, testimonio de una voz que expresa y recrea el lado hermoso y cautivante de las cosas. 4. Dimensión contemplativa con su vertiente estética, cósmica y mística, como expresión de un vínculo físico y metafísico con el Universo, propia de una concepción espiritual de la Naturaleza. 5. Proyección de lo que concita una sensibilidad empática al influjo emocional de lo viviente, con un sentido de humanización desde la onda de empatía espiritual y estética de su sensibilidad profunda. La voz lírica de Virginia Díaz revela una imaginación fértil desde la fecundación que sus imágenes proyectan, destello vaporoso bajo la emoción de su mundo interior, intenso y fecundo. Fiel al postulado esencial de esa joya de la lírica japonesa, la sensibilidad espiritual y estética de esta poeta interiorista se hace eco en su pecho y llama en su aliento para florecer, cuajada de ternura y esplendor, en los versos encendidos de amor y de nostalgia, mediante el testimonio de la fuerza sensorial y la gracia de lo intangible en la lira de esta creadora borinqueña. Poética de la contemplación, también lo es de las entrañables vivencias que alientan el sentido de lo viviente y afirman el talante peculiar de esta singular mujer que ahonda en la belleza y el misterio con su ternura consentida. Virginia Díaz tiene no solo una sensibilidad estética, sino una intuición espiritual que le permite acceder a los planos interiores de la realidad, de donde su espíritu recibe la inspiración para canalizar los efluvios de la Naturaleza, como lo revela este hermoso texto, sencillo y sugerente, que nos hace partícipes del encanto de la Naturaleza y, sobre todo, de la convicción, como la tiene nuestra poeta, de que en cada porción del mundo Dios consignó un poco de su Todo, cuyo fulgor encarnan los seres y las cosas como una proyección de la verdadera Luz. Estos haikús de Virginia Díaz encarnan un canto a la vida, un canto a la Naturaleza, un canto a la contemplación. Sus versos, elocuentes y hermosos, subrayan el encanto de la Creación con la gracia de la fe, el fulgor de la belleza y el aliento de la ternura bajo el esplendor de lo viviente. Referencia Díaz Sánchez, V. (2010). En las ramas del viento . Santo Domingo, RD: Creamos.

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