Primavera otoño 2020 (Año LXIII Núms. 122-123)

horizontes@pucpr.edu Año LXIV Núm. 124-125 horizontes PRIMAVERA / OTOÑO 2021 PUCPR 38 Logró cautivar la simpatía que lo condujo a su alta designación. Ya, con el poder supremo, se expresaba cada vez más directamente. Fue cuando la transmisión de sus ideas con tanta claridad alertó a los magistrados, quienes decidieron ponerle coto. Por ello hoy remueven y dispersan, prohíben conglomerados tanto como aislamientos, persiguen, castigan y destruyen. Saben que se gesta el retroceso. El estruendoso estallido A todos estremeció, tanto a los urbinos como a los bosquecinos y los Montecinos. La luminosidad celeste evocaba en lo más profundo de la conciencia de los ancianos los festejos anuales de los antiguos villorios y en la memoria suprimida de los menos añosos las terribles acometidas enemigas. Instintivamente reaccionaron. Al momento se confundían los movimientos ágiles de los desterrados con los mecanizados y torpes de los urbinos. Se estableció tácitamente el procedimiento en el que líderes naturales surgidos entre uno y otro bando asumían el mando. La prioridad de los urbinos era rescatar a los suyos, mientras que los desterrados combatían el incendio que devoraba las edificaciones. Durante varios días se prolongó la odisea. En ella hasta desterrados perdieron heroicamente sus vidas. En ciertos momentos se desvanecían las distinciones. Hubo asomos de la perdida emotividad entre los urbinos y un fuerte sentido de solidaridad entre todos. En los muchos siglos de diferenciación jamás se había producido una gestión compartida como esa. Semejaban una inmensa familia enfrentando la desazón, incertidumbre y desesperanza. El Regente Mayor observaba desde una distancia prudente. Entre sus acólitos, las murmuraciones eran inevitables. Nada hacía por acallarlos, como acostumbraba en otras circunstancias. Por primera vez se adueñó de su ánimo el desaparecido sentido de nacionalidad. Logrado vencer la tragedia. Entre todos recogían los escombros. Rescataban a los heridos y despedazados o quemados cadáveres. Colocaban a los que habían perdido sus vidas en una misma caseta en la cual no diferenciaban los unos de los otros. Por primera vez hubo lamentaciones, plegarias y llantos compartidos. Al finalizar las exequias, los bosquecinos debidamente organizados como una milicia e igualmente los Montecinos marcharon en silencio hacia sus respectivas colonias. Los urbinos, también silenciosos, observaban la marcha con pesar, agradecimiento y un profundo sentimiento nunca antes experimentado. El Regidor Mayor cavilaba. Se preguntaba insistentemente si fuera posible establecer relaciones pacíficas y cierto grado de convivencia duradera con los disidentes.

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