Revista Horizontes: primavera/otoño 2017 | Año LX Núms. 116-117

75 conceptos de “materialidad” y “paisaje” y “la otredad” en función del hablante lírico y su proceso identitario. Estos a su vez la conducen al fenómeno expansivo con lo latinoamericano. Y, desde allí, a su vez, se produce un atisbo hacia el encuentro místico. En el poema “Beber”, por ejemplo, nos encontramos ante una voz poética transeúnte y nómade caracterizada por sucesivos encuentros que van alimentando su identidad, en la imagen poética de darle el agua. El poema comienza con el mismo verso con el que termina: “Recuerdo gestos de criaturas y eran gestos de darme el agua”. De igual forma la primera estrofa ubica un primer cronotopo en Chile para terminar con otro que recuerda la acción de su madre de darle el agua, también en Chile, pero ya desde una categoría fantasmagórica. La visión circular del poema no remite, sin embargo, a una imagen cerrada del tiempo. Es más bien todo lo contrario. El poema es un tránsito de desplazamientos donde la mirada del hablante lírico intenta recuperar lo que dejó atrás: la visión de su origen. El cronotopo entonces se mueve por México, Chile y Puerto Rico, lugares donde le dieron a beber agua, acción que va vinculada a la imagen nostálgica de la niñez junto a su madre y a una necesidad de unificación o completud que al final del poema no queda del todo irrealizada. En la primera estrofa, bebe del fuete de una cascada “que caía crinada y dura/ y se rompía yerta y blanca”. En ese primer gesto se da una antítesis “crinada y dura”, “yerta y blanca”, que permite asociar la imagen del beber con la unión entre la materia y lo intangible. Luego se da una imagen que salta entre las demás y es la del agua que quema y la hace sangrar: “Pegué mi boca al hervidero, y me quemaba el agua santa y tres días sangró mi boca/ de aquel sorbo del Aconcagua”. Aquí se da a un mismo tiempo tormento y ternura, como si en la acción de beber el agua se hubiese aliviado las angustias del corazón y se le permitiera experimentar la sensación nutricia, la protección y la dulzura del sentimiento maternal. Las imágenes, en apariencia, antagónicas apuestan a la conciliación de los contrarios que constituyen a la experiencia mística, en el que se descubre que no existe tal “separidad” y que invitan al encuentro, ya en una dimensión espiritual. Luego, en las estrofas subsiguientes ya no es la materia sola la que se le da como elemento purificador y espiritual, ahora el agua está dada por un “otro”, un tú que la interpela. En el poema ese otro es un indio mexicano y una niña puertorriqueña, unidos al recuerdo de la primera otredad constitutiva: su madre. En ese otro se verifica la preferencia del hablante lírico por las criaturas sencillas y puras que en su contacto le permiten emerger su identidad. En el encuentro con el indio en México describe que “bebía yo lo que bebía/, que era su cara con mi cara,/ y en un relámpago yo supe/ carne de Milta ser mi casta”. En esa comunión de rostros, el otro vuelve sujeto al hablante lírico logrando su identificación. En este pasaje, otra vez, estamos ante la materialización del sí mismo en el que el “uno” se constituye en y gracias a la mediación de la alteridad en el encuentro con el otro. El “indio”, en este caso, es el huésped que recibe y es recibido “bebía yo lo que bebía/que era su cara con mi cara”, y desde ese momento capacita al hablante lírico a descubrirse en su identidad. De igual modo le acontece en Puerto Rico, cuando esta vez es una niña la que le sirve agua de coco. En la isla de Puerto Rico, a la siesta de azul colmada, mi cuerpo quieto, las olas locas, y como cien madres las palmas, rompió una niña por donaire junto a mi boca un coco de agua, y yo bebí, como una hija, agua de madre, agua de palma. Y más dulzura no he bebido con el cuerpo ni con el alma. Se da en la estrofa dedicada a Puerto Rico un tamiz de sosiego, “En la Isla de Puerto Rico, a la siesta de azul colmada”. Aquí la imagen azul genera bonanza de ánimo, serenidad tanto para el orden sensible como para el espiritual. Se vale a su vez de la aliteración que permite una imagen impresionista de la vivencia en este instante singular: “a la siesta azul colmada/ mi cuerpo quieto, las olas locas, / y como cien madres las palmas”. Al final de la estrofa se confirma el carácter de acontecimiento que produce ese instante en el sujeto, cuando dice: “Y más dulzura no he bebido/ con el cuerpo ni con el alma.” Luego al final del poema se produce una mirada nostálgica del pasado infantil “Todavía yo tengo el valle, / tengo mi sed y su mirada”. Recuerda la “sed” que es la manifestación de la necesidad de acogida y afecto. Recuerda también “la mirada”, en la que está constituida su identidad ante la mirada externa. Pero nace en la voz poética la incerteza cuando dice: “Será esto la eternidad/ que aún estamos como estábamos”. En esa duda ontológica se inserta el rumor misterioso de lo que escapa a nuestra condición humana. Ante el silencio de su enigma regresa la indeterminación, la fragilidad y la incertidumbre. Por eso, el poema, aunque estructuralmente es circular y pueda parecer cerrado, semánticamente no lo es, pues abre a la dimensión metafísica que es inaprehensible. De este modo el poema advierte que el “otro” puede ser insuficiente para apagar su sed. De ahí que el título del poema “Beber” utilice un verbo en infinitivo que acentúa la intemporalidad que imprime la expresión. De igual modo se acentúan en el verso que se repite al principio y al final “Recuerdo gestos de criaturas y eran gestos de darme el agua”. En el recuerdo de esa sed de eternidad saciada a tiempo por el agua solo hay “gestos”. Los seres humanos que transitan son “criaturas”: el indio mexicano, la niña puertorriqueña. El “tú” tiene una visión descorporizada de un instante que escapa y que es solo la muestra terrena e ínfima de que significaría romper las cadenas de la realidad, del tiempo y del espacio para encontrarse definitivamente con todos los otros que le han significado y librarse de una vez de la separidad del mundo. La matriz de sentido, está aquí íntimamente ligada a la identidad del sujeto. De una parte, se nos muestra una voz

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