Revista Horizontes: primavera/otoño 2017 | Año LX Núms. 116-117

76 poética en una búsqueda y una necesidad de unificación y completud que solo llega a realizarse a momentos. En primera instancia se da un primer encuentro identitario con la materialidad en la imagen de beber agua. Esta va ligada a un carácter profundamente afectivo y a la necesidad de encuentros trascendentales. Luego, en esta construcción emerge el “otro”. Ese otro que interpela a la voz poética siempre es el humilde y el sencillo, como lo es la niña y el indio. De esta manera, se va conformando también en interacción con los otros. Otro factor que va configurando al hablante lírico son las diferentes culturas por las que transita: Chile, México y Puerto Rico. De ellas se nutre más que por costumbres por la naturaleza y la afectividad que generan estos espacios en ella. En Chile, la naturaleza está constituida por el valle del Río Blanco y el Aconcagua. En México por el campo del Mitla y en Puerto Rico por las playas las palmas, los cocos. De esta forma se va configurando una identidad heterogénea y nómada enriquecida por distintas culturas que constituye un “nosotros” más amplio. También es formativo en la identidad del hablante lírico el recuerdo en una perenne búsqueda del origen que se perdió y a la que anhela regresar siempre. En el poema “Agua”, por su parte, nuevamente vemos al hablante lírico transitar en la materialidad de este líquido para, a través de él, dar cuenta de su identidad. Aquí el agua es portadora de fluidez, purificación y receptividad que permitirá momentos de comunión profunda. Uno de esos lugares en los que se sintió intimada fue Puerto Rico: Hay países que yo recuerdo como recuerdo mis infancias. Son países de mar y río, de pastales, de vegas y aguas… Antilla de palmas verdi-negras que a medio mar está y me llama; En ese llamado que le hace a la Antilla hay una evocación y un deseo de transitar otra vez ese espacio en el que también ha dejado algo de sus afectos. La Antilla que apareció para ella en un ámbito material, ahora desaparecida, perdura en el recuerdo imperecedero. En su texto en prosa “Elogio de la isla de Puerto Rico” habla de este sentimiento de lazo y nostalgia por la Isla y dice: Éstas son las cosas que navegando el Mar Caribe y dejando atrás mi isla pequeña, con las gentes que en ella quiero y me quieren, venía yo mascullando en el aeroplano, por deseo de que no se me olviden ni la mañana que está cerca ni el nunca que no está…Éstas serán las cosas que cuando me muera, si quedamos un tiempo, como dicen, entre el cielo fino y la tierra gruesa, yo bajaré a verle a mi Puerto Rico, en ese vagabundo arrastrado de niebla de las cinco de la mañana, que hacen los muertos. Por eso en el poema hay una añoranza de regreso: “Quiero volver a tierras niñas, /llévenme a un blando país de aguas”. Otra vez el agua se encuentra como materialidad más allá de las cosas del mundo. Adquiere un carácter místico capaz de purificar y hacer renovar el espíritu al contacto con esa otra orilla que se perdió con el muro de la realidad inmanente. Por ella, advierte regresar al espacio abierto, al intervalo primigenio que la trajo aquí. Puerto Rico, como otros tantos países visitados, constituyó uno de esos intersticios en que el mundo imperecedero irrumpió en este mundo transitorio. Por eso, añora traspasar la pared del mundo para volver algún día a experimentar el cobijo de aquel lugar. En este poema, al igual que en los anteriores, la niña tiene un papel fundamental. La niña, aquí, constituye una otredad interna que quiere rescatar: “¡Rompa mi vaso y al beberla/me vuelva niñas las entrañas!”. El agua es el instrumento que conecta a la morada primera escondida en lo recóndito de la conciencia. La niña es la entidad portadora de la experiencia de estar fuera del tiempo y del espacio. Acceder a la niña es fundamental para la voz poética, pues es ella- incontaminada de la fatuidad adulta- la que sabe exactamente lo que busca. La adulta puede olvidarse de que existe al caer en sus mil rutinas vacuas. La niña nunca lo olvida. Ella, todavía, posee la capacidad de extasiarse ante el prodigio de las pequeñas cosas que ve por primera vez. Por eso, ansía unificar a la niña con la adulta para de esta manera lograr ver más allá de la materia que la constituye, la “inmaterialidad” que la trajo aquí. Puerto Rico fue una de esas instancias en las que se sintió renovada de la pureza que da la mirada del niño. Conclusión A través de estos cuatro poemas podemos acceder a la vivencia que acompaña al hablante lírico en su tránsito por Puerto Rico. Desde la visión externa, se traduce una vinculación con la ideología nacionalista puertorriqueña. Desde el ideologema mundonovista dará cuenta de la incertidumbre de la Isla ante su falta de libertad y de dominio histórico. Desea para ella, su libertad y se pronuncia vinculada a su realidad cuando habla de “nuestra raza”. De este modo, la voz poética abre su horizonte de identificación a un “nosotros” en el que incluye a Puerto Rico. Se muestra también vinculada al paisaje. En este sentido resaltará la visión de las palmas, los cocoteros, el cielo azuloso y estrellado, el aire, y el mar que la llama y la invita a volver. Estas visiones estarán siempre matizadas por imágenes que representan bonanza y serenidad tanto para el orden sensible como el espiritual. El agua será indispensable en la conjugación de este ambiente que se traduce también en una experiencia mística. A través del agua, Puerto Rico se convierte en un intersticio hacia la dimensión de su origen en el que no solo la hace revivir el recuerdo de su madre y sus afectos, sino que le permite trascender el espacio inmanente y vincularla con lo inaprensible sagrado. Los “seres puertorriqueños” que habitan sus poemas le permitirán experimentar una intimidad profunda. Ese es el caso de “Gracias en el Mar”, en el que alude directamente al efecto que tuvo en ella el encuentro con su amiga, Margot Arce. A su vez destaca otras relaciones importantes con otras figuras

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