la misión de una universidad católica
en el año de la fe
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una ideología secularista y unos comportamientos sin un sólido
fundamento ético.
En el atrio donde los humanistas pueden encontrarse con todas
aquellas personas con intención recta de búsqueda de la verdad y
del entendimiento entre las gentes, pero ajenas a cualquier tipo
de creencia religiosa. La reflexión conjunta acerca de la fe y de la
razón, del sentido de la vida y de los derechos de los hombres y de las
mujeres, abre a la escucha de unos y de otros tratando de encontrar
respuesta a los grandes interrogantes existenciales.
Hay una tentación particular para el hombre contemporáneo: la
tentación de rechazar a Dios en nombre de la propia dignidad
del hombre. Como si Dios fuera un obstáculo para que el hombre
pudiera alcanzar su propia y más auténtica realización humana.
Esta es la gran tentación y la más absurda coartada: pensar que
olvidando a Dios se pueden resolver los problemas de la humanidad.
Es en este contexto que quiero felicitarles por su compromiso en
promover la doctrina social de la Iglesia, y de manera especial, por
la contribución del Instituto de la Doctrina Social de la Iglesia.
universidad puertorriqueña
La presencia de estudiantes y profesores provenientes de distintas
culturas y tradiciones religiosas es algo asumido en la comunidad
universitaria. Otra cuestión distinta es si esa interculturalidad es
un valor añadido o puede acarrear una especie de relativismo que
aboca a la demolición de la propia identidad cultural. Una cosa es
que convivan culturas distintas y otra que se pierda la propia.
Junto al relativismo, el pragmatismo a toda costa, puede ser la
carcoma del pensamiento. El peligro de un desmoronamiento
cultural es más que evidente. Se va perdiendo la identidad, que
es lo más propio de un pueblo, son las señales de identificación
y reconocimiento. Es sentido de la propia historia y conciencia,
al mismo tiempo, de individualidad, de pueblo, de nación, y
fraternidad universal. No es exclusión, sino ofrecimiento en el
diálogo e la propia identidad.
La cultura hay que leerla desde la fe, pero no pretender cambiar la fe
para que se adapte a la historia de los hombres. No a la pseudocultura
del poder, del consumismo, de la seguridad meramente económica,
de la satisfacción personal, del éxito como meta, de la desestima
pretenciosa de otros valores superiores, del bienestar como idolatría
y casi como religión sustitutoria.