Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico
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conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de mi Misericordia”.
Y es que parece que hemos olvidado que tenemos un Dios
misericordioso sediento de saciar no su sed, sino la nuestra,
hambriento de colmar nuestra hambre. Un Dios que le revela a su
apóstol y secretaria, Sor Faustina, que desea se celebre una Fiesta
en honor de la Divina Misericordia para “que ningún alma tema
acercarse a Él, aunque sus pecados sean como el rojo escarlata”,
porque “en ese día están abiertas todas las compuertas divinas a
través de las cuales fluyen las gracias”. “Ese día están abiertas las
entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre
las almas que se acercan al manantial de Mi misericordia”.
Parece que hemos olvidado que tenemos un Dios misericordioso
que, como el samaritano de que nos habla el mismo Jesús en el
evangelio, no se contenta con apearse del caballo para atender al
hombre malherido, sino quien baja, se apea desde el cielo a la
tierra, y toma la figura de hombre para curar al hombre caído.
Parece que hemos olvidado que tenemos un Dios que no espera a
que el hijo menor, que se fue de la casa, llegue hasta la puerta,
sino que sale corriendo a su encuentro para abrazarlo.
Parece que hemos olvidado que tenemos un Dios al que le brota la
Misericordia de sus entrañas. “Ese día están abiertas las entrañas de
Mi misericordia”. “Di que esta fiesta ha brotado de mis entrañas
para el consuelo del mundo entero”
La expresión: “están abiertas las entrañas de Mi misericordia”
describe muy bien que la Misericordia es: una relación de amor, de
ternura, de cuidado, de pertenencia, similar al amor de una madre
para con su hijo, que sale desde lo más profundo del ser.
De hecho, si nos fijamos, no en la palabra de origen latino,
misericordia, sino en la palabra origina hebrea, ‘rahamim’, plural de
la palabra ‘raham’, que en hebreo significa útero, el lugar sagrado
donde se engendra la vida, y en el que durante nueve meses hay
un diálogo de amor y ternura entre la madre y el hijo, diálogo que
no termina en el parto, sino que se continúa por toda la vida,
tendríamos que concluir que la misericordia de Dios es un rahamim,
un amor que nace desde lo más profundo, del útero materno, o en
otras palabras que Dios nos ama con amor de Padre, y con amor
de madre.
Dios nunca nos saca de su corazón. Una madre nunca saca de su