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pontificia universidad católica de puerto rico

la Confirmación. Este llamado se realiza haciendo presente a la Iglesia

fuera de ella. En especial, la mujer debe llevar a cabo la misión pastoral

de la Iglesia educando a la juventud, cuidando enfermos, promoviendo

las vocaciones, entre otros. Esto con el fin de ayudar a la humanidad a no

degenerar, velando por el porvenir de la especie humana. La mujer como

esposa y madre es la primera educadora de sus hijos. (Concilio Vaticano

II, 1965).

Para que la mujer sea la transmisora de la fe, además del don natural

dado por Dios desde su creación, es necesario que la Iglesia desarrolle

en ella cuatro dimensiones principales. A saber: humana, espiritual,

intelectual y pastoral (Aparecida, 2007). Para san Juan Pablo II (1995),

la mujer transmite la fe a través de la vida cotidiana. En especial en el

desarrollo de la dimensión ética y social. Las mismas se demuestran a

través de las relaciones diarias con las personas, en especial dentro de

la familia y la sociedad. Por otro lado, para Stubbemann (s.f.), la mujer

transmite la fe en la forma en que enfrenta la vida, en la realización de

las tareas diarias, tanto domésticas como laborales. La mujer traduce la

fe en la vida ordinaria.

A través de los años, existen varias mujeres que se han destacado

en la transmisión de la fe dentro de la Iglesia Católica. En este sentido

debemos mencionar a María, como madre de nuestro Señor Jesucristo.

Así también se distinguieron Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de

Jesús, la Madre Teresa de Calcuta, entre otras.

Para que la mujer sea transmisora de la fe, tiene que darse a otros en

la vida diaria. También lo hace a través del servicio a la humanidad, de la

paz y de la extensión del Reino de Dios (San Juan Pablo II, 1995).

Por ser la mujer la transmisora de la fe, “La Iglesia da gracias por

todas las mujeres” (san Juan Pablo II, 1988). Agradece por las hermanas,

las esposas, las consagradas, las dedicadas a los demás, las que velan por

la familia, por las que trabajan. En fin, por todas las mujeres del mundo.

A su vez, expresa su gratitud por todo lo que las mujeres han hecho por la

humanidad a través de todos los tiempos (san Juan Pablo II, 1988). Pero

la Iglesia necesita a las mujeres para completar su obra de evangelización.

Necesita también a las mujeres cristianas, a las misioneras (san Juan

Pablo II, 1993). Todas ellas transmisoras de la fe en lugares y formas