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viva la universidad | carta a sarita
lcdo. héctor luis acevedo
Ese énfasis en ver la sustancia de las cosas, los seres
humanos de carne y hueso detrás de ella y no dejarse
capturar por la forma, nos lo llevamos en el equipaje hacia
la próxima visita.
Al salir nos encontramos a Don Eusebio Orta Pizarro.
Eusebio fue uno de mis primeros “clientes”. Era un servidor
público de toda una visa y teniendo 28 años y medio de
trabajo en el gobierno fue despedido por razones políticas
junto a otros 228 compañeros suyos. Llevamos, junto a
otros abogados, su caso a los tribunales de Puerto Rico,
donde empezaron las demoras acostumbradas. Eusebio
no conseguía empleo en la Isla y tuvo que dejar aquí a su
esposa y a sus tres hijas e irse a Santa Cruz a trabajar.
Al cabo de cinco (5) años, los tribunales por fin
decidieron y repusieron a Eusebio en su puesto, donde le
faltaban 18 meses para su codiciado retiro. Sin embargo,
no le pudimos entregar su sentencia victoriosa, pues se
nos había muerto durante ese largo camino. Hoy Eusebio,
hombre siempre generoso, no pedía justicia para sí, sino
para que no olvidasen los juristas del reloj de las víctimas
de la injusticia, pues los tribunales son el último recurso
civil del débil ante el atropello.
Pasamos por el Tribunal Supremo, donde recordamos
cómo se pueden cambiar vidas con la jurisprudencia,
como sucedió a los niños concebidos fuera de matrimonio,
como se reconocen derechos naturales que ninguna ley
los seres de la tierra, uno de los que más entrañable cariño le tiene a su país.
La patria tiene el paisaje que amamos, sus colores y las estaciones, el olor
de la tierra que humedece su lluvia, la voz de las de sus aguas de quebrada
(la de mar es más como la de todas la patrias que dan al mar), sus frutos
y canciones y formas de trabajo y de fiesta, sus platos de celebración y los
austeros y socorridos con que afronta en sustento de todos los días; sus flores
y hondonadas y vereda pero sobre todo, su gente: el pueblo, la vida, el tono,
las costumbres, las maneras de entender, hacer, llevarse los unos con otros.
Sin eso la patria es nombre, o a lo sumo paisaje. Con la gente es patria-pueblo.
Por eso digo que quienes profesan amar la patria y despreciar al pueblo sufren
un gran enredo de espíritu.